Desde su lanzamiento, el famoso dinero electrónico no parece despegar. Y eso no debería ser una sorpresa. Antes que nada, veamos los datos.
Según el Banco Central, el saldo de moneda electrónica al 3 de julio (último dato disponible) era de USD 611 329, lo cual puede sonar como mucho dinero, pero resulta ser solo una pequeñísima fracción del circulante del país. En realidad, el dinero electrónico representa menos de un sesentamilavo (1/60 000) de la liquidez total del sistema. En otras palabras, solo uno de cada 60 000 dólares en el Ecuador es electrónico y está depositado en el Banco Central.
Más allá de lo pequeñísimo que es el saldo de dinero electrónico frente al total, también es interesante ver que no crece. Desde su lanzamiento, a fines de febrero, su saldo subió con cierta velocidad en su primer mes, cuando pasó de 270 000 a 450 000 dólares, pero desde ahí su crecimiento ha sido mucho más discreto y en las últimas semanas se ha estabilizado alrededor de 610 000. Por lo tanto, además de ser ínfimo, el dinero electrónico no crece.
Pero esta evolución no debería ser una sorpresa porque en el Ecuador no existe una demanda significativa de moneda electrónica y, por lo tanto, ese tipo de dinero no tiene por qué despegar.
La escasa demanda por dinero electrónico tiene dos razones. La primera: el sistema financiero del país, que ya ofrece abundantes opciones de pago, hace innecesaria esta alternativaadicional. La segunda es que los ecuatorianos le tienen desconfianza a esta nueva forma de dinero y solo la van a adoptar en cantidades pequeñas y por tiempos cortos.
El sistema financiero ecuatoriano es relativamente moderno e innovador y actualmente ofrece a sus clientes una amplia gama y un buen número de opciones de pago. Para fines del año pasado, los bancos en el país tenían unas 1 600 oficinas, unos 5 000 cajeros automáticos y unos 8 000 “corresponsales no bancarios” (léase las tiendas con logotipo de banco), es decir, había cerca de 15 000 sitios repartidos en el país que facilitaban la realización de pagos.
Y a eso se suman todos los servicios bancarios por Internet, tanto en computadoras como en teléfonos inteligentes. De manera que la necesidad de una nueva forma de pago es muy limitada. Y después está el tema de la desconfianza. Luego de haber vivido una crisis como la de 1999, los ecuatorianos nos hemos vuelto muy cautelosos con dinero que no lo veamos lo suficientemente tangible, así que muchos siguen prefiriendo su cuenta bancaria clásica.
Resulta, entonces, que este tema parece que no quiere despegar y tampoco parecería tener un gran futuro. Claro que podrían obligarnos a usar dinero electrónico a la fuerza, pero eso sería un grave error porque, además de violar la Ley, desataría una ola de desconfianza. Por lo tanto, parecería que podemos empezar a escribir el epitafio de este experimento monetario.
@VicenteAlbornoz