¿Se acuerdan cuando se construía el OCP y de tanta vicisitud alrededor de la más grande inversión que, a la sazón, se iniciaba en Ecuador? Eran los primeros años del tercer milenio. Aún ni se aprobaba el proyecto cuando los reputados “agoreros del desastre” vaticinaron un futuro aciago para las zonas impactadas; los más fantasiosos se crucificaron en los árboles, pintarrajearon con color sangre sus desnudos pechos, gimieron y lloraron por lo que -decían- sucedería si se impulsaba esa “maldita” obra: desaparecerían los pajaritos y la biodiversidad de Mindo, eriales y tierras yermas serían la consecuencia de tan “maléfica” construcción, los nativos y habitantes de la ruta -afirmaban- resultarían enfermos y sumidos en la pobreza al tener que abandonar sus tierritas. Interminable listar el séquito de las tragedias profetizadas .
¿Qué sucedió al final, una vez que se concretó el proyecto, y que ya lleva operando 10 años? Nada en absoluto de lo que auguraron -ni cercanamente- se hizo realidad. ¡Todo lo contrario! Al margen de que el OCP no haya logrado alguno de sus propósitos (que sería abono para otra cuestión), fue una obra que se realizó -y se realiza- a la medida de lo posible, con responsabilidad, tanta, que, por donde se la mire, es de positivo y reconocido aporte para el país.
Aunque temas diversos, Yasuní y OCP, con distintas magnitud y proyección, tienen implicaciones similares. Solo que, a lo del Yasuní, se suman extraños elementos y protagonistas, quizá, más enigmáticos que antes, que lo están embarrando con politiquería y con ausencia de objetividad, donde se perciben -a las claras- intereses oscuros, sentimientos rastreros, revanchismo y odio desenfrenados.
Cinismo, desfachatez e hipocresía son los ingredientes de ese amasijo amorfo de actores que se ha forjado alrededor de la decisión del Presidente de la República para explotar el petróleo del Yasuní. Encoleriza y también causa hilaridad escuchar ciertas intervenciones, mirar que, de repente, de súbito, todos se volvieron verdes, no con el color de Alianza País, sino con la tonalidad de la ecología más depurada. ¿A quién ahora pretenden engañar? ¿Consiguieron una bola de cristal mejor que la usada con lo del OCP? Ahora la trama es mucho más compleja. Por tanto no debe, no puede, reducirse a una consulta popular fundamentada en una pregunta tan ramplona y simple como la que han propuesto; exige, esta vez, no solo la pregunta, sino condiciones y definiciones claras, oportunas, fidedignas, técnicas, argumentadas con precisos detalles económicos, ambientales y sociales.
Lo del Yasuní, ha destapado, nacional e internacionalmente, la máscara a muchos “fariseos hipócritas que se parecen a sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, pero por dentro está llenos de huesos de muertos y de toda podredumbre”.