Desconfía de Pappo
En Pappo (Norberto Napolitano. Buenos Aires, 1950-2005) se mezclan y hasta cierto punto se aúnan todos los ingredientes clásicos del mejor rock: la idolatría, el virtuosismo musical y en particular las tribulaciones y repercusiones de la muerte. Es que -acuérdense- en el rock la muerte estampa un sentido distinto, cobra una importancia diferente que en otras formas de arte. Ahí está, por ejemplo, Kurt Cobain y su legado de resistencia juvenil: la música áspera y a ratos arisca de Nirvana. O el caso de John Lennon, abatido a tiros, con las especulaciones de qué habría pasado si Yoko Ono no hacía tal cosa o la otra. Jim Morrison - de quien su colega Ray Manzarek recordaba que siempre tenía un disco entero en el cabeza - echado sin vida en una tina parisiense. Claro, Jimi Hendrix, posiblemente el capo de los capos en lo referente a guitarras eléctricas, sonidos extraños, destrezas con las seis cuerdas, muerto muy joven en Londres (con Hendrix se especula qué tanto talento habría sido capaz de desparramar). Janis Joplin, diva alternativa y de la sicodelia, con los brazos aguijoneados por la heroína, con el hígado trabajando tiempo extra (ella se lamentaba que cada noche le hacía el amor a decenas de miles de personas, pero que al final se iba a la casa sola), inerte en algún motel californiano. O quizá, finalmente, el caso de la muerte lenta, de tracto sucesivo, de Syd Barrett, aparentemente delirante por la soberanía de las drogas; una especie de muerte civil, porque dejó de tocar con Pink Floyd, se recluyó y terminó por grabar -y brillar- muy poco.
Argumento acá que en el rock la muerte produce efectos diferentes que en otras formas de arte: forja héroes, levanta panteones, construye mitos y leyendas más duraderos, más profundas y oscuras, siempre más controversiales. Por eso en el caso de Pappo, siempre con un pie en el blues más tradicional, pero a un tiempo galanteando con los metales pesados, su fallecimiento tuvo los factores esperados: una Harley Davidson, un accidente de carretera, una controversia sobre si debía manejar o no. Y, claro, la extraña conexión con otro grande: Duane Allman, también víctima en un accidente de moto, también catalogado como un guitarrista insuperable: el de mejor tono, el de mejor "slide", el de más profundo "feeling". Y, claro, para que no todo sea necrológico y luctuoso: también hay que sostener que Pappo fue uno de los artífices del rock argentino y figura prominente y casi excluyente en el ambiente local: su cantidad de bandas y colegas lo atestiguan. Quizá ni al mismo Pappo adolescente, que aprendió a tocar la guitarra mientras escuchaba discos de Little Richard, el mismo que les anunció a sus padres que iba ser estrella de rock, le pasó por la cabeza que podría convertirse en un guitarrista tan poderoso, perito en inventarse sonidos tan autoritarios, en hacer esa música tan densa y llena de capas.