Los truculentos sucesos que marcaron la elección del Presidente de la Asamblea Nacional confirman una vez más el nuevo escenario político surgido a partir de los eventos del 30 de septiembre y la tozudez del Gobierno en no querer aceptarlo. Si alguien piensa que la instalación del Sr. Cordero en la Presidencia del Congreso es un triunfo, se equivoca. Para comenzar, Cordero y AP debieron recurrir a todo tipo de maniobras para inclinar la balanza por algunos minutos y agarrar la curul presidencial. Luego, la imposibilidad de elegir a los vicepresidentes y obtener el control del CAL demuestra la reducida capacidad de maniobra que AP tendrá a partir de ahora para aprobar las leyes del Ejecutivo, evitar la fiscalización de sus funcionarios y llevar adelante la reestructuración de la Función Judicial. Finalmente, todo este desventurado proceso de elección de autoridades ha lesionado mortalmente la maltrecha imagen que tenía el Presidente de la Asamblea. Difícil, entonces, hablar de un triunfo. Habría sido menos lesivo y más digno asumir la derrota con entereza.
Más allá de posibles defectos y errores, la oposición ha demostrado un cierto grado de madurez política al construir un frente inédito que pretende recuperar la independencia de la Asamblea para ejercer las tareas legislativas y fiscalizadoras que contempla la Constitución. Por primera vez se deponen cálculos e intereses personales en función de objetivos superiores. Los últimos avances de la ola totalitaria sobre la Función Judicial y los medios independientes sacudieron la conciencia de algunos legisladores y activaron un proceso de unidad sin precedentes para recobrar el equilibrio de poderes y frenar la avalancha totalitaria. La oposición tiene ahora un reto muy grande: mantener esa unidad más allá de las elecciones legislativas y sostener principios sin inclinarse ante los apetitos políticos de siempre.
Se anuncia un escenario altamente conflictivo y el espectro de la muerte cruzada estará rondando continuamente en el ambiente. Es sorprendente que el Ejecutivo siga considerando esa opción sin advertir los cambios sustantivos que ha sufrido el contexto político y las probabilidades muy altas de que las elecciones legislativas le traigan una significativa derrota. En lugar de ponderar la disolución del Congreso, el Gobierno debería renunciar a su belicosidad y autoritarismo y culminar su mandato bajo un clima de respeto a las libertades individuales. Esto, claro, sería pedir peras al olmo. El Gobierno ha demostrado hasta la saciedad que no tiene intenciones de rectificar conductas y que utilizará su libreto hasta el final de su mandato. Por ello, no es difícil prever enfrentamientos, nuevos comicios y un clima social explosivo. Es lamentable que Alianza País no logre descifrar el momento.