La primera semana del nuevo gobierno ha sido de una densidad notable, como empacharnos de política, de la vieja y la nueva política que andan juntas. En el Ejecutivo hemos visto principalmente ejercicios de autoridad y en la Asamblea viejos rencores como primer punto del orden del día.
Al país más interesado en la política le han atiborrado de secretos. Del pacto sólo sabemos que prefieren llamarle“acuerdo”; de las leyes nos adelantan el rendimiento en dólares y los decorativos objetivos; de la consulta popular, nada. A los menos interesados en la política les han dejado en ayunas con la escudilla llena de problemas indigeribles.
Los primeros días del Ejecutivo han sido declaraciones de autoridad: el acuerdo político más importante se hizo sin ministro de gobierno; se ha decretado la muerte del ministerio coordinador de empresas públicas; con correísta teatralidad ha roto la tabla de consumo de drogas y en acto más dramático de autoridad le ha enviado a la vicepresidenta cerca de El Cairo.
La Asamblea Nacional, más discreta, ha preferido ser idéntica a sí misma: las mismas estrellas que ya se estrellaron con la muerte cruzada, las mismas prioridades, los mismos rencores y venganzas. Los nuevos asambleístas prefieren no aparecer y los problemas importantes del país guardados en las gavetas. Lo único nuevo fue la velocidad en el reparto de puestos.
Con optimismo persistente seguimos confiando en que el nuevo gobierno conseguirá mejorar las condiciones de seguridad ciudadana y logrará incrementar los puestos de trabajo. Dice Andrés Oppenheimer en su último libro que los optimistas viven 10 años más que los pesimistas (¡mala noticia para el IESS!).
El lider que necesita el pueblo ecuatoriano no es el bombero que apague incendios sino el constructor que diseñe un proyecto nacional, lo comunique con solvencia y oportunidad y logre que el país sueñe con los objetivos planteados. Estamos en la etapa en que renegamos del pasado, pero aún no abrazamos el futuro.