Que alguien confíe en ti. Que alguien te lea. Que alguien te oiga. Que te dejen pisar el césped sagrado o te inviten a compartir un abrazo. Que te lleven, que te traigan. La vida está hecha de oportunidades y viajes, y todas ellas tienen un punto final.
A veces la aventura se cierra antes de hora porque no supimos defenderla o porque alguien decide por nosotros. Otras veces, despedirse es lo que corresponde porque el carril nos descarrilla o porque ya no queremos que nos quieran. Que no te nublen los dolores momentáneos porque una vez que te desembarcas, el tren no vuelve.
Uno de los problemas contemporáneos que nos aquejan es la rutina de lo cotidiano que se convierte en un enquistamiento estéril. El camino más corto al fracaso es la automatización de la razón y la emoción. Pasa en las empresas, con los hostiles jefes de poca autocrítica que nunca supieron reinventarse; pasa en el servicio público, con el personal esmerado en ocultar su fecha de caducidad; y pasa en los hogares, cuando no se entiende que el amor supone renuncias en serie.
Es una ley de la física: no se puede ocupar un espacio si no está disponible. Para que alguien más llegue, para que algo aparezca, hay que liberar la silla, la cama o el volante. Sin despedidas no hay relevos y sin relevos no hay futuro. Es un mensaje que no supo entender nuestra política de caciques, con partidos tallados a la medida. Nadie pide que renuncien a principios sino que permitan la evolución del liderazgo.
Si queremos proteger a las cosas que deberían ser permanentes, como el orden o la educación; o si pretendemos cuidar las instituciones que definen nuestra humanidad, como la familia o la democracia; entonces es mandatorio despojarse de lastres y adaptarse.
Hace 14 meses, El Comercio me honró con una invitación para que escriba una columna semanal. Ha sido un ejercicio que he tratado de cumplir con responsabilidad y respeto pero esta es mi última contribución y me despido inmensamente agradecido. Yo también prefiero liberar este espacio para que el Diario le pueda dar la oportunidad a alguna otra voz.