Llegar a alguna parte no significa/ abandonar otra parte./ Arraigar en un país no cura las heridas/ del que abandonamos”. Son los desposeídos, los proscritos, los sintierra, los sinvoz, los sinnada, los espantados de su lugar de origen que nunca fue de ellos. En el más venturoso de los casos, alguien les habló de un paraíso donde suceden las películas que ven en el maltrecho televisor de la tienda esquinera; que en ese paraíso abunda el trabajo y desde él podrán llevar a sus parientes y amigos, para inaugurar, por fin, la vida.
La inmensa “mancha humana” de migrantes del siglo XXI convoca criaturas que deambulan por inercia, no por llegar sino por ir. Pocos tienen conciencia de sus opciones: cruzar fronteras y alcanzar el sueño preñado de borrascas; ser detenido y deportado o volver y morir en el camino. Es la ruleta del autoexpatriado. Blanco y negro. Vida o muerte.
En la Antigüedad los seres humanos se desplazaban por vivienda o alimento; luego por guerras, masacres o cataclismos; hoy huyen de países asolados por la miseria, la opresión, el miedo. Caminos sin finales. Piedras, sol, viento, polvo. Desnudos de sí mismos, dibujan periplos en los cuales la vida es una risotada del infierno. Miles de quilómetros erizados de asaltos y violaciones, los autoconfinados van dejando cementerios con tumbas sin nombres.
El 32 % de habitantes de América Latina y el Caribe vive en situación de pobreza y el 13 en la miseria. “La coyotería y la política, los mejores negocios del mundo”, escribió un grafitero en el muro de alguna de nuestras ciudades. El horizonte americano, ¿sueño o pesadilla? Desmembramiento del ser de su hábitat original. Ruptura y pérdida del sentido de la identidad social, cultural y nacional.
Ir y quedarse y con quedar partirse. Dislocación. Desplazamiento. “Nadie duerme en el tren,/ ni sobre el tren./ Agarrados al tren/ todos buscan/ llegar a una frontera./ A un sueño dibujado con azul que brilla como un río/ que ahoga como un pozo”.