Los siguientes son testimonios de personas cuyos derechos humanos han sido violentados y que han sufrido daño moral por causa de la delincuencia. Casi nadie hace nada por ellos, no recuperan los bienes robados y quedan secuelas psicológicas. Los ciudadanos agredidos se expresan en las páginas de Seguridad de este Diario.
Mauricio A. (Cuenca). “Luego de participar en una competencia de marcha en los juegos deportivos del Alba, en Venezuela, donde obtuve una medalla de plata, llegué a Guayaquil. A las 22:00 partimos a Cuenca. Antes de subir, la Policía nos revisó los bolsos y maletas, luego de una hora y media de recorrido, cuatro delincuentes se levantaron de sus asientos y gritaron que era un asalto. En mi mochila también estaba la medalla de plata que gané en la competencia y eso me apena bastante porque es una pérdida sentimental antes que material”.
Jessica C. (Santo Domingo). “Cuando el bus llegó a la penúltima parada se subió un desconocido de gran estatura, se sentó detrás de mí, me preguntó la hora, luego me dijo que le diera el celular o de lo contrario me iba a matar. Sacó un cuchillo súper grande de la cintura, se llevó el dinero. Con este es el segundo asalto que me ocurre en el transporte público”.
Fernando Z. (Manta). “Voy de oficina en oficina, de casa en casa entregando revistas y periódicos. Dos desconocidos, que se movilizaban en moto, me acorralaron en un callejón. ‘Pasa todo lo que tienes’, me dijeron. Me golpearon hasta que entregué el bolso donde habían USD 60. ‘Y solo esto cargas canillita chiro, una de mis balas cuesta más de lo que llevas’, me dijo uno mientras me pateaban en el suelo. No contentos con el maltrato se llevaron 40 periódicos y los quemaron a 100 metros del asalto”.
Andrés G. (Ibarra). “Caminaba con tres amigos. Me sustrajeron un teléfono inteligente que había comprado en USD 420 y 50 en billetes. Dos individuos colocaron un cuchillo sobre mi cuello”.
Andrés Gushmer (Guayaquil). Tres hombres muy jovencitos se acercaron hacia mí y apuntándome con un arma me pidieron que bajara el vidrio del carro. Me apuntaron con una pistola en la cabeza apenas bajé el vidrio. Me obligaron a que les entregue los celulares y relojes que llevábamos mi esposa y yo. Mi esposa estaba asustada. Los tres jóvenes, que tenían entre 15 y 17 años, se subieron después a la acera cercana muy campantes como si no hubiera ocurrido nada”.
Una amiga me escribió para contarme que hace dos meses ocho delincuentes entraron a su casa mientras veía televisión junto a su esposo e hijos. Durante 30 minutos fueron vulnerados todos sus derechos humanos, el terror inundó la paz del hogar. Y el poder político dice que el único problema del país es la prensa corrupta. ¿Somos culpables? El veredicto es de los lectores.