Hasta hace poco, los correístas enfilaban los ataques contra Lenin Moreno con las acusaciones de deslealtad y traición; pero ahora le dirigen otras inculpaciones después de las denuncias de la existencia una offshore panameña, la INA Investment Corp, en la que vinculan a familiares del mandatario. Sin embargo olvidan que esas denuncias provienen de una investigación periodística cuyos autores antes fueron desprestigiados, enjuiciados y perseguidos por el presidente Correa.
Un audio grabado de forma subrepticia e ilegal a una llamada telefónica de la Presidenta de la Asamblea a la Ministra del Interior en la que le pide intermediar para modificar el voto socialcristiano en un cambio de orden del día a fin de aprobar una comisión multipartidista que investigue al presidente Moreno dio pie a que Marcela Aguiñaga acusara a Elizabeth Cabezas de bloquear el proceso de investigación. La asambleísta de marras perdió la memoria: olvidó que, durante la década pasada, los legisladores correístas y su aliados no dieron lugar a juicio político alguno. Esa falta de control político abonó el terreno para la frondosa corrupción del régimen.
Desde el ático belga, el ex presidente difunde en las redes sociales lindezas como estas: “INA papers: se derrumba la farsa más grande de la historia. El caso es indefendible, pero lo más impactante es el cinismo: nos hablaban de una cirugía mayor a la corrupción cuando los corruptos siempre fueron ellos”. ¿La farsa más grande de la historia? ¿Impactante cinismo? ¿Los corruptos “siempre” fueron ellos? ¡Quién lo dice!
Los correístas quieren la renuncia de Cabezas, acusan de tráfico de influencias, hasta pregonan sin avergonzarse que ahora ya no existe división de funciones… ¿Qué hay detrás de este avispero? Una expresión coloquial zoológica calza bien para el caso: El burro hablando de orejas.
Por supuesto, tiene que ser aclarado el tema de la apertura de cuentas en paraísos fiscales. La bancada oficialista anunció que investigará en la Asamblea las denuncias contra Moreno… Pero más allá del revuelo avivado por la temporada electoral, se debe lamentar el empequeñecido y sórdido talante del ejercicio político que se revela en todo esto. La falta de un horizonte de valores, del sentido del deber y de respeto a la dignidad de las personas y la colectividad parecen reducir las dimensiones de ese ejercicio.
El país vive desde hace décadas una crisis de los partidos políticos. Sin propuestas ideológicas diferenciadas, ni programas consistentes, la crónica debilidad del sistema de partidos ha llevado a la extrema fragmentación que se muestra en las elecciones. A falta de verdaderos partidos, muchos viven de la política; muy pocos, viven para ella, con pasión, ideales, sentido de responsabilidad y de ética.
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