Es difícil llegar a un breviario o un manual único de la comunicación de un gobierno. Un capítulo importante en los parámetros de la comunicación pública o gubernamental es aceptar y comprender que los tiempos de la campaña terminaron y que los nuevos requieren otros mecanismos para que la comunicación se convierta en un instrumento político eficaz para los objetivos del gobierno que triunfó en las elecciones. Ya no se trata de ganar unos comicios sino de gobernar con todas las características en una democracia en el cual el diálogo es el principal instrumento de una verdadera participación del pueblo.
En primer lugar, el no superar la etapa de en que eran candidatos y la prioridad era ganar; ahora la situación de gobernar diferente pues representa entre otras complejidades la diferencia entre lo que es posible y lo que es probable. La primera corresponde a la imaginación política, la otra depende de las circunstancias que solo se conocen cuando se pisa el palacio de gobierno; por eso, muchas veces los gobiernos que empiezan confunden lo que se cree hacer y lo que se hace realmente. En segundo término, enredarse en la disyuntiva de informar o educar; finalmente, creer que los malos son los otros – principalmente y periodistas- y no que los errores suelen cometerse casa adentro.
Sin embargo, es posible distinguir algunas recomendaciones sin dejar de considerar los imponderables que surgen en el camino. La primera y la más difícil es que en un régimen debe tener las primicias de dar las noticias, incluido errores, sin explicaciones, salvo u propósito de enmienda si es el caso. Segundo informar contenido- ideológicos o políticos- antes que datos numéricos; finalmente, desarrollar una estrategia de compañerismo profesional con los medios de cobertura.
Es posible agregar, en la actual coyuntura que se privilegie la versión oficial en el secretario de Comunicación y que el primer mandatario y los ministros vinculados a la escena política se pronuncien excepcionalmente.