A varios de nosotros no nos cabe duda de que mucho tiene que cambiar en nuestra sociedad. Nos resulta difícil aceptar la violencia, los atropellos, los irrespetos, la sistemática destrucción de las vidas de otros por quienes ejercen su destructividad en simple función de su mayor fuerza.
La pregunta que primero debemos responder es la del título de este artículo: ¿Dónde comenzar?
Planteo que el punto de partida está en volvernos conscientes de reexaminar, y confirmar o decidir cambiar nuestros paradigmas, aquellos conceptos de base esenciales que están enraizados en lo más profundo de nuestras mentes.
La experiencia académica de muchos años me ha dejado la clara impresión de que la mayoría de nosotros no somos conscientes del contenido de nuestros paradigmas, y en consecuencia jamás los hemos sometido a reexamen ni a consciente confirmación o cambio. A la pregunta “¿Por qué crees eso?”, la respuesta tristemente frecuente va por el lado de “Siempre lo he pensado”, o “Así me enseñaron”. Ejemplos abundan: el racismo muchas veces negado, como el que reveló la estudiante que me dijo que su madre no era racista, pero cuando le pregunté qué pasaría si le presentaba un novio indígena, contestó“Mi mamá me mata”. O el machismo al cual siguen contribuyendo las madres, aunque frecuentes víctimas, cuando insisten en que sus hijas mujeres sirvan a sus hijos varones. O la visión del poder que acepta su ejercicio abusivo con la creencia de que es natural e inevitable, una especie de condena cultural como la que parece aceptar aquel individuo que hace poco me dijo “Sí, le soy infiel a mi mujer…¿Qué quieres que haga? Soy ecuatoriano”.
Lo más pernicioso de los paradigmas es talvez aquella aparente inevitabilidad de la que recubren a ideas y actitudes que, si solo las reexaminamos brevemente, podemos encontrar lógica y moralmente indefendibles. Y es el paradigma del fatal determinismo de nuestra herencia cultural el que primero debemos cuestionar. ¿Está realmente condenado a la infidelidad aquel personaje por el solo hecho de ser ecuatoriano? ¿Estamos condenados los latinoamericanos a la psicología de la dependencia y al populismo irresponsable solo porque constituyen nuestra más funesta tradición? ¿Es inevitable, porque lleva tiempo así, que quienes participan en el proceso político en democracia lo entiendan solo en términos de “amigos y enemigos”?
Planteo que ninguno de esos penosos paradigmas nos condena inevitablemente. Podemos ser fieles a partir de una clara comprensión del amor maduro. Podemos superar la dependencia y ser amplia y responsablemente libres. Podemos consensuar. En el fondo, podemos cambiarlo todo.