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El triple crimen cometido contra los periodistas del diario EL COMERCIO: Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra ha conmocionado al Ecuador. El país ha despertado a una realidad fatídica que la creíamos lejana: la del narcoterrorismo.
El pueblo ecuatoriano, por vocación, ama la paz y defiende su libertad, dos de sus más preciados logros sociales. Pueblo esforzado y laborioso el nuestro, construye día a día su progreso sobre la base de la tolerancia y el respeto a la ley. Pueblo hospitalario y solidario con el forastero y el refugiado, con aquellos que llegan en busca de protección, trabajo, tranquilidad y acogimiento. De esto, de todo esto, el mundo es testigo; tanto, que nos enorgullecemos de ello. La invasión, el despojamiento, la guerra, el filibusterismo jamás ha sido cosa nuestra.
Y si alguna vez, cierta mafia doméstica, cierta extraviada guerrilla pretendieron por ahí alzar cabeza para dañar la paz interna y sembrar inseguridad fueron combatidas y erradicadas.
Por ello, nos hiere en lo más sensible el hecho de que bandas de narcotraficantes procedentes de fuera pretendan instalar el terror y el infame negocio de la droga en la vida diaria de los ecuatorianos. Nuestra respuesta no puede ser otra que el combate frontal al crimen que busca doblegarnos por el miedo. Ha llegado, pues, la hora de recuperar nuestras reservas morales para enfrentar la amenaza del bárbaro. Se trata de la supervivencia como un país civilizado, de la defensa de esos valores éticos y morales que en el pasado nos fortalecieron y confirieron valor humano a nuestra vida en comunidad.
El crimen cometido contra los periodistas tiene un mensaje implícito: lo que se busca es amordazarnos, acallar a la prensa. Hoy, como ayer, la libertad de expresión está en peligro. El pensamiento libre es el peor enemigo del poder despótico. Para el tirano como para el bandido, el juicio de la prensa es su mayor adversario. El delincuente actúa a la sombra y es el silencio lo que anhela. Que nadie denuncie su crimen. Chantajear, enmudecer, amenazar, sembrar el terror son sus consignas.
La unánime reacción que en estos días ha tenido la prensa ecuatoriana no ha sido otra que denunciar el narcoterrorismo. Los periodistas que fueron victimizados no serán olvidados; su sacrificio se ha convertido en llama viva cuya luz guiará a sus colegas. Sus voces acalladas crecerán ahora en las múltiples voces de sus compañeros. Y si estos no claudican y si en la noche más negra siguen adelante con la lámpara prendida, reacios a la fatiga y la amenaza terrorista y si, a pesar de todo, persisten en la grave misión de denunciar lo mal habido y el crimen del malvado, entonces, sabremos que la luz que Javier, Paúl y Efraín dejaron encendida sigue viva entre nosotros. Y si es así, qué bueno, que nunca se extinga esa llama.