¿Quién dijo miedo?

Desde que se permitieron los vuelos desde varios países de Sudamérica a Estados Unidos, los aviones a Miami, parten -y retornan- completamente llenos y al llegar a la manga de embarque todas las medidas de distanciamiento desaparecen. Se reemplazó la comida por una botellita de agua y una galleta, lo cual es un ahorro sustancial que debería mantener el precio a la baja, pero es al contrario.

Embarcar desde Quito en la madrugada es congelarse, se hace cola a la intemperie, en tanto la gigantesca sala de espera está vacía y tibia. Al retorno se debe esperar en una sala donde enfermeras toman la temperatura y revisan el documento que acredita que uno se hizo un examen con hisopo en la nariz, con no más de diez días a la fecha con resultado negativo. El que yo presenté estaba en inglés y tuve la impresión que quien lo revisó no entendía ese idioma. Podía ser una falsificación. Es una medida inútil, así se venga sano, el hacinamiento en el avión es el habitual.

Caminar en New York fue reconfortante. Nadie usa trajes espaciales ni mascaras de plástico, pocos transitan sin mascarilla, que sí es obligatoria para entrar a recintos cerrados, donde no toman temperatura ni rocían el cuerpo con químicos. Son estrictos con el aforo y el municipio ha autorizado a los restaurantes poner sillas y mesas en veredas y calles, con un formato uniforme y vistoso, motivando a la gente a comer fuera y tomar una copa de vino con el viento limpiado el aire. Salvar la economía es tan prioritario como la vida. Los exámenes anti covid son gratuitos sin importar si se es turista o residente, lo que permite tener información puntual y sectorizada de contagiados.

La gente de Sudamérica abarrota los vuelos a Norteamérica para escapar de la zona de miedo. Nos han inyectado el pánico directo a la vena en sobredosis más tóxicas que el mismo virus. No vamos por compras ni por visitar a la familia, viajamos porque estamos anegados de desinformación pandémica.

Y así como nos hacemos inmunes a la peste también desechamos el “quédate en casa”, lo que en Ecuador da un aliento a la hotelería rural y a destinos de naturaleza; pero el que realmente convoca, es el turismo de farra. El primer fin de semana que Baños de Agua Santa abrió sus centros de diversión nocturna, vinieron turistas como si fuera un feriado y al cerrar las discotecas, la gente se quedó bebiendo en las calles con la música de autos a todo volumen, inmune a los llamados policiales de retirarse a los hoteles, lo cual tampoco es una solución, solo se traslada el licor al hotel y se atormenta a quienes están descansando.

En New York y la mayoría de lugares en Estados Unidos la mayoría de se llevan los rebrotes con calma; en Ecuador, el alarmismo nos saturó; las familias sienten la necesidad de salir y los jóvenes la desesperación por rehumanizarse, por sentir que, pese a todo, la vida continúa.

Suplementos digitales