La hipocresía

Esquilo, dramaturgo trágico de la Antigua Grecia, apunta: “A mi entender, el más vergonzoso de todos los vicios es poner afeites a los propios pensamientos”. Víctor Hugo nos transmite que “El hipócrita es un titán enano; un espantoso hermafrodita del mal”. En Lucas XII 1-2 encontramos: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse”.

El hipócrita más resbaladizo es aquel que adquiere visos de fanático, entendido el fanatismo – al decir de F. Nietzsche – como la “muerte de la duda, que implica una detención del pensar”.

La filosofía, la sociología y la sicología nos ofrecen profundas observaciones sobre esta perversión que se manifiesta en el hombre que – por maleabilidad, culpa, solicitación o complacencia, y también por complejos – se presenta ante sus congéneres falseando o adulterando sus reales pensamientos. No se trata de una simple “mentira”, sino de un propósito consciente de ser tomado como un ente distinto del que en efecto se es. La hipocresía es una revelación, a la vez que afirmación, de la necesidad de aceptación y carencia de autoestima. El hipócrita es el prototipo de quien se degrada y deshonra al enajenar su conciencia. Tiene un carácter “personoide”, es decir parecido a sí mismo pero con instintitos de disimular y disfrazar su conducta. S. Freud afirma que la hipocresía es un mecanismo primario de defensa, que en primera instancia se presenta como tentativa de fuga en que germina una condena de impulso repulsivo.

Algunos trataditas hablan de una “filosofía crítica”, que identifica socio-sicológicamente las actuaciones del ser humano bajo la perspectiva de su “conducta moral”. Cuando el hipócrita tiene proyección social, escapa del ámbito privado buscando influir en la sociedad. En los hipócritas se da una gestión aparente, que los lleva a tomar a la sociedad como conglomerado al cual pretenden llegar con un mensaje que lejos de reflejar sus verdaderas convicciones, busca que ella – la sociedad – se adecue a sus utilitarios lucros. Debemos estar atentos a desenmascarar al ruin, so pena de que su voz sea aceptada como válida.

Otra faceta del hipócrita es la “desesperación” por conservar su status en el grupo social, económico o de cualquier orden del que forma parte sin serlo. El tramoyista adquiere entonces un modo de simpatía y servilismo. El primero, forzado; el segundo, permitiendo vejámenes pero consintiéndolos ante el temor a perder prebendas que no las merece pero que las acepta como ingredientes de imagen y subsistencia. En el sicoanálisis, el hipócrita es un reprimido que se desconoce a sí mismo, que “se” oculta de su propio ser; así, la hipocresía termina por convertirse en su “segunda naturaleza”.

Mientras más refinado – entiéndase peyorativamente – es el hipócrita, más fingidos son tanto sus recados cuanto sus desempeños.