L’argent n’a pas d’odeur

¿No se preguntan por qué el Estado ecuatoriano devino en una cloaca? Yo me lo pregunto todo el tiempo. Cuando veo las Escuelas del Milenio, en soletas, como si fueran edificios con un siglo de antigüedad, con ascensores dañados, comprados con sobreprecio, para una única planta; cada vez que paso por la Plataforma Financiera y recuerdo que el precio pasó de 79 millones – previstos en febrero del 2014 – a 217 millones al momento de su inauguración, no puedo evitar de pensar, ¿por qué?

Entonces lo recuerdo, en Ecuador el Estado no es un aparato dirigido a permitir la vida en común toda vez que impulsando el bienestar. Ese objetivo se perdió hace tiempo. Ahora el Estado tiene otro rol. Es la principal vía de movilidad social. Usted nació de clase media y quiere ser millonario, ¡llegue a la presidencia de la Asamblea! No tiene estudios de excelencia, no se ha esforzado por ser un profesional de primera, en el sector privado ganaría una miseria – en línea con su pobre trayectoria – ¡no hay problema! Todavía puede escalar, tener un carrazo y una hacienda. Hágase funcionario de Inmobiliar y quítele al Estado una de esas propiedades que parecen sobrarle.

Esto funciona bien si hay un componente esencial, que a la sociedad ecuatoriana le importe más el dinero que la ética. Usted aparece con un casómetro en Samborondón y un yate, pues la gente no le tuerce la mirada. Eso sí, ¡que le dé una vueltita en el lujoso juguete!

En francés hay una expresión que lo ilustra maravillosamente, “l’argent n’a pas d’odeur”. El dinero no tiene olor. El dinero no apesta. Lo importante para la novia-modelo es que uno pueda llevarle en avioneta a Perú (con una buena cantidad de efectivo para las diversiones). ¿De dónde vino? ¡Eso qué importa!

La hija de uno de los príncipes del correato tiene mi edad y un tren de vida de Luxemburgo. La mayor opulencia sin ocultamientos, sin vergüenzas, así en toda nuestra cara. “Es una hermosa”, me decía un amigo en común, “y no se le puede culpar de la plata del papá.” De acuerdo. Pero, si ella usa el dinero, si ella defiende la fortuna sucia de su mafioso taita, si ella no cuestiona cómo puede tener esos lujos si su papá era sólo un funcionario, no puede ir por su vida sin un reproche social.

Si la sociedad aplaude el dinero sin importar la proveniencia se vuelve cómplice del país corrupto que tenemos. No puede ser que los ladrones se conviertan en la nueva aristocracia, con la venia de toda la colectividad. Si el aparato de justicia no reacciona, si la impunidad se consolida, la gente no puede hacer la vista gorda.

Para mí el dinero sí tiene olor, una pestilencia asquerosa cuando es ganado a costa de las arcas de este pobre país. Invito a los lectores que respiren hondo y sientan como apesta el aire y se alejen de esos individuos de donde proviene el vaho.

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