En la cuerda floja

Hace una semana nuestro pueblo votó pero todavía no se define quién nos gobernará en los próximos años. No me refiero únicamente al Presidente de la República, sino a la clase política que llevará el timón del Estado. Complicada está la historia de la segunda vuelta. Durante la campaña abundaron frases huecas, acusaciones, palabras de menosprecio, incluso de rechazo y de odio. En un momento dado, parecía que los discursos se congelaban y, unos y otros, repetían la misma matraca. Hemos visto, en general, poca calidad política y un escaso sentido de Estado, como si los problemas de la gente fueran de pronto secundarios. Lo peor no ha sido la vacuidad de las propuestas, sino la ausencia de una cultura de consenso y de pacto que refleja la ausencia de una idea común de país. Cada cual, salvando algunos atisbos clarividentes, fue a lo suyo. Sería muy triste que eso mismo se repitiera ahora. Hay que respetar la voluntad popular y pensar en el Ecuador. Y recontar los votos si fuera necesario.

La situación sociopolítica y económica del Ecuador, con su gran dosis de corrupción, ha sumido a nuestro pueblo en el desencanto. Sobran políticos y faltan estadistas, hombres y mujeres, que se atrevan a proyectar y a desarrollar en sus cabezas un Ecuador para los próximos treinta años. En fin, habría que pensar más en las necesidades de la gente, en la maldita pobreza que nos atenaza, en una economía social y solidaria y, menos, en los intereses inmediatos de personas, familias, tronchas y partidos. Lamentablemente, en el fondo de los comportamientos se hallan los viejos demonios familiares de este bendito país: el enriquecimiento rápido, aunque sea ilícito, la falta de inversión productiva, de oportunidades, de justicia social y de equidad.

En general, las elecciones, más allá del resultado, nos muestran una sociedad fallida. La culpa no es del votante. Radica más bien en la ausencia de una real participación política y en el hecho de que nuestros candidatos, en general, no tienen las mentes claras. Están metidos hasta las cejas en un “tejemaneje” de curules, puestos y poder político, que son la garantía del presente prometedor. El problema no es el multipartidismo. La mayoría no pretendió ganar las elecciones, les fue suficiente con ganar un puesto.

El gran fallo que percibí a lo largo de toda la campaña fue el no saber reinventarse; muchos siguieron la vieja tradición de la política ecuatoriana, marcada por la incapacidad de ponerse de acuerdo sobre temas importantes.

En fin, que el Señor ilumine a los nuevos gobernantes: que amen al Ecuador y al pueblo más que a sí mismos, que sean gente que entienda que la política no es la sucursal de un banco, ni la vaca lechera que alimente a toda la parentela, que sean gente que eleve nuestra calidad de vida y defienda nuestra dignidad apocada por la codicia y la viveza de unos cuantos vivos.

Suplementos digitales