En la cuerda floja
Con esta imagen circense la prensa de nuestro país ha calificado el tambaleante acuerdo del viernes 12, al que llegaron los dos candidatos presuntamente finalistas.
Pero el símil, no solo que describe acertadamente lo que ha ocurrido con ese acuerdo, sino que también puede extenderse a la situación global del país. Porque, en el país, todo tambalea.
Por supuesto que los organismos electorales ya resbalaron hace rato.
Y estuvieron acompañados en su derrumbe de una numerosa y variopinta comparsa de candidatos, partidos y movimientos, cuya presencia en las elecciones nadie se explica.
A no ser que hayan sido expresamente contratados por algún espíritu maligno para enturbiar, todavía más, un proceso ya de por sí bastante oscuro.
Después de ese fiasco podemos prever, por ahora, que durante la campaña de la segunda vuelta, estaremos nuevamente encaramados en la cuerda floja.
Ya lo veremos: aparecerán las primeras encuestas, que serán desmentidas por las segundas encuestas, reafirmadas por las terceras, y así sucesivamente, hasta perder el rumbo en un sinuoso laberinto. Porque la imagen de un laberinto también parece apropiada para la actual coyuntura.
Lo peor, en esta cadena de desastres, es que el resultado de la segunda vuelta podría subirnos a otra cuerda más floja todavía. Y ante tal evento, horrible pero probable, no se advierte, al menos por ahora, que estemos preparándonos para evitarlo.
Al contrario, como seres desorientados, víctimas de algún mal desconocido, que no es el coronavirus, nos movemos torpemente de un lado para otro. Hacemos preguntas a quienes presumimos que son personajes iluminados, que están enterados de los secretos de la política, pero no obtenemos ninguna respuesta. Buscamos ansiosamente alguna puerta abierta y no la encontramos.
Y si llegamos así al próximo 11 de abril, el país entero perderá el equilibrio y se deslizará inevitablemente, quién sabe hasta que profundo abismo.
Y entre tanto, mientras se suceden los días en la incertidumbre electoral, la pandemia sigue incontrolable, no aparecen las vacunas y el aislamiento se vuelve cada vez más insoportable; la economía se adelgaza a límites insostenibles, hasta para un mago de las finanzas; la inseguridad amenaza en las esquinas y la corrupción anda campante por el mundo. Es evidente: el país se columpia azarosamente en la cuerda floja.
Siempre podremos confiar en que los pueblos tienen reservas extraordinarias para superar los agobios más difíciles. Que, aunque sea en el último momento, encuentran una salida.
Es posible que tal cosa ocurra, y que finalmente nos libraremos de los peligros de la cuerda floja. Y hasta podemos tener la esperanza de que, una vez puestos los pies en la tierra, dejaremos definitivamente atrás el ignominioso pasado. Así sea.