Pablo Cuvi

¿Quiénes son los cholos?

En una radioweb de Washington que suelo escuchar, un programa destinado a responder esta pregunta llama mi atención. Un profesor mexicano explica que el término ‘cholo’ proviene del náhuatl ‘xolo esquincle’ que designa a los perros sin pelo. Lo adoptaron los colonizadores españoles para referirse con todo el desprecio a los mestizos con marcados rasgos indígenas y tuvo el sentido de siervo, de miserable. Pero ahora, en México, es usado para designar a los jóvenes pandilleros.

En cambio, un actor peruano que trabaja en Los Ángeles se reconoce orgullosamente como cholo y participa en el movimiento que exige respeto a esa cultura, algo semejante a lo que vienen impulsando los chicanos desde hace décadas. En el mismo Perú el apelativo ha sido reivindicado desde el siglo pasado, tanto que el presidente Toledo, y ahora Castillo, se asumieron como cholos para ganar.

Veo luego que la Real Academia define al cholo como “mestizo de sangre europea e indígena”; es decir que en términos raciales la gran mayoría somos cholos. Pero en aspectos culturales las fronteras son difusas y subjetivas. Así, muchos antropólogos consideran a los cholos pescadores que habitan en nuestra costa, desde Manabí hasta Posorja, como un grupo étnico particular. También se habla en términos positivos de las cholas cuencanas, claramente identificables por su vestimenta.

Pero los mestizos urbanos –en especial la clase media– no tienen mayor deseo de identificarse como cholos. Por el contrario, aspiran a blanquearse, a parecerse a los modelos de la publicidad gringa que inunda los centros comerciales. Para ello recurren a la cirugía de la nariz, al tinte rubio del pelo, la ropa de moda, el chapurreo de un inglés rockero. Y apenas ascienden un poco en la escala socioeconómica cholean al de abajo.

En esto de la mimetización llegó a ser clásico el cholo-boy, aquel migrante que volvía de EE.UU. ataviado de un modo estridente para impresionar a los panas del barrio. Ahora, con la globalización, el look se ha homogeneizado, pero el choleo no ha desaparecido y muchas veces adopta un tono de burla, como en los cholómetros, esos tests que usted debe contestar para descubrir cuán cholo es.

El marco general de este tema no es otro que el racismo que lo impregna todo, de frente o camuflado de mil modos. Decía Freud en los años 30 que si se raspa un poco al europeo rápidamente asoma el racista. Acá sucede lo mismo, aunque lo disimulemos porque es políticamente incorrecto. Sin embargo, es imposible negar que, por ejemplo, en el derrocamiento de Lucio protagonizado por la clase media quiteña hubo un componente racial.

¿Y en el caso Yunda? Probablemente sí para el ascenso pues los votantes de los barrios periféricos sintieron que era uno de los suyos. Pero el Concejo no lo destituyó por eso sino a pesar de eso.