Empecemos con una obviedad: el Gobierno no tiene plata. De eso se deriva que ciertos pagos, simple y sencillamente, no se podrán hacer. Ante eso, se abre la posibilidad de que pague algunos atrasos y ciertas devoluciones con bonos del Estado. Ahora otra obviedad: eso no es la solución perfecta, pero sí es una solución.
El mundo ideal sería que tengamos un gobierno adecuadamente financiado, con buena fama en los mercados financieros y con acceso a financiamiento local e internacional.
La realidad es que tenemos un Gobierno con un enorme nivel de gasto y con pocas fuentes de ingreso. Para complicar las cosas, con la pandemia, esos ingresos están especialmente bajos y algunas obligaciones de gastos se han vuelto ineludibles (compra de vacunas, por ejemplo). Adicionalmente, el Gobierno del Ecuador ya está sobre endeudado y tiene mala fama en los mercados financieros. Por lo tanto, la única manera de conseguir recursos frescos adicionales sería pagando tasas de interés muy altas.
En el mundo ideal sería absurdo que el gobierno pague con bonos. En la dura realidad en la que vivimos, es una alternativa a tomarse en cuenta.
El punto de arranque es que un pago de ese tipo sólo puede hacerse de manera voluntaria, es decir, sola y únicamente si el acreedor está de acuerdo con recibir bonos. Claro que la alternativa que tiene es negarse a recibir los bonos y esperar a que el gobierno le pague cuando tenga plata, algo que puede ser una apuesta sensata, pero que podría implicar una larga espera (entiéndase por “larga”, al menos, un par de años).
Recibir bonos tiene, como tantas cosas en la vida, costos y beneficios. El costo es que vender esos bonos va a implicar un descuento. El tamaño de ese descuento varía muchísimo en función del plazo de los bonos, los intereses que pagan, la frecuencia de esos pagos y puede ir de moderado a significativo. Ese es el costo.
El beneficio es que hay un pago, un reconocimiento de la deuda del Estado, una formalización de una exigencia que no necesariamente tenía un documento tan claro como respaldo.
Y con esos bonos, cualquier tenedor tiene tres opciones: puede mantenerlos intactos, puede venderlos en su totalidad o puede venderlos parcialmente y quedarse con el resto. La decisión deberá tomarse en función de la urgencia que tenga el receptor de disponer de efectivo: si no tiene apuro, puede quedarse con los bonos y esperar que se venzan, ganando buenos intereses en ese período. Si está desesperado por tener efectivo, tendrá que soportar un descuento.
No, no vivimos en un mundo perfecto, no tenemos un país con la mejor política macroeconómica del mundo, pero con algo de creatividad se puede encontrar soluciones parciales.