Por supuesto que debemos dialogar. La única alternativa es ver quién es más fuerte y pega más duro, que es adonde quieren llevarnos los vergonzantes servidores de Maduro, Correa y sus esbirros.
Y el diálogo nace porque las partes tienen algo en común. Y nosotros claro que lo tenemos: no obstante profundas discrepancias sobre cómo lograrlos, el Gobierno, la Conaie y muchísimos otros sectores sociales tenemos en común, primero, los objetivos de mejorar la educación, la salud, las condiciones económicas, las oportunidades y la seguridad de la ciudadanía; lograr que todos respeten la ley por igual; y eliminar la corrupción, los privilegios abusivos y la impunidad. Y también tenemos en común la convicción de que esos objetivos no pueden ser logrados sometiendo a la población al terror, ni entregándonos a los que tratan de someternos.
Y el diálogo solo funciona si uno está dispuesto a escuchar: no simplemente a oír hasta que el otro respire por un instante y uno pueda rebatir lo que dijo, sino a realmente escuchar, a hacer un esfuerzo por comprender lo que está diciendo, y de dónde en su experiencia, sus dolores y sus sueños viene lo que está diciendo.
Y el diálogo solo funciona si las partes no se creen dueñas de la verdad, como sí se creen los que están tratando de someternos a sangre y fuego, y sus similares en otras partes del mundo – ISIS, el Talibán, los supremacistas blancos – y, al contrario, participan en él abriéndose a que son entendibles y pueden ser legítimas las inquietudes, penas y aspiraciones de la otra parte; a explorar distintas opciones para conciliar; a la posibilidad de cambiar de criterio.
Y el diálogo solo funciona si no se tratan únicamente los temas coyunturales, sino además los antiguos rencores y reclamos, que en nuestra sociedad son profundos, y también las premisas fundamentales sobre las cuales se busca construir una sociedad, que en nuestro caso significa, en especial, definir si estamos (o no) de acuerdo sobre tres aspectos esenciales de la organización social: la democracia, los derechos humanos y el mercado. Respetar la democracia significa no tratar de imponer un régimen por el garrote y el miedo, o por trampas electorales, sino a base de elecciones limpias y sujeción a la ley; respetar los derechos humanos significa tratar de asegurar el bienestar y las libertades de todos, no solo de algunos; y respetar el mercado significa creer que es la empresa privada, y no una economía estatizada, la que puede producir fuentes de empleo, riqueza y bienestar económico.
Y finalmente, cuando hay un enemigo común, que para la Conaie, el Gobierno Nacional y toda la sociedad ecuatoriana es el Socialismo del Siglo XXI, el diálogo solo funciona cuando los amenazados no dejamos que ese enemigo común nos divida o nos distraiga.