Paraísos atractivos los hay por doquier. Muchos, sin embargo, se han convertido en basureros humanos y materia de desecho que dejan las oleadas de turismo de temporada. Hay otros lugares que atraen más bien para residencias largas porque –además de buenos, bonitos y baratos- estos nuevos habitantes pueden llevar una vida sin trabas fiscales, ni complicaciones familiares o sociales. ¡Ah! Además, si son de la tercera edad, el seguro social que nunca pagaron en el país de acogida, les brinda el servicio gratis. Varios casos que se desarrollan en diversos momentos -Antigua (Guatemala), Villa de Leyva (Colombia) o Vilcabamba (Ecuador)- parecen señalar similares patrones de asentamiento e impacto sobre la comunidad local.
El fenómeno hacia América Latina empieza por 1970; en Ecuador, lo que insólitamente se conoce como “turismo residencial”, es notorio a partir del año 2000. Un turismo extractivo o, sin embellecimiento alguno, procesos neocoloniales de asentamiento y uso del territorio. Cotacachi, Cuenca y la señalada Vilcabamba son los más apetecidos.
Vamos con el último caso cuyo atractivo ha estado basado en vender la idea de que allí se vive más largo. El cerro Mandango “emana unas energías especiales”, la formación geográfica es extraordinaria, escenario perfecto para prácticas de la contracultura, encontrar un hábitat acorde a las nuevas corrientes medioambientales y de vida saludable. Me refiero, por citar una, a la ecualdea Chambalamba, centrada en los principios del cooperativismo, según la investigadora María de los Angeles Cuenca, de Habitandes.
Vilcabamba tiene en la actualidad 5 700 habitantes; 1 200 son extranjeros (50% de USA). La economía turística ha mermado notoriamente la actividad agrícola; ha crecido el sector de la construcción sobrevalorando las tierras con vistas panorámicas. Existen hitos creados por y para la nueva población: en el barrio de San Joaquín viven los extranjeros ricos, en el 19, también extranjeros con otros intereses y bolsillos; Ishcailumna es su punto de encuentro, la hostería Madre Tierra un lugar de estadía; la hacienda El Atillo, un espacio de oferta de servicios ecológicos y ambientales y finalmente entre Loja y Vilcabamba hay lo que ahora se denomina el camino del Gringo.
¿Y qué papel juega el habitante local que se adapta a brindar los servicios requeridos? Que aprende un inglés chapucero, a cocinar extranjero, a proveer algo de droga o mano de obra para la construcción? Poblaciones que no se juntan, que viven ajenas la una de la otra. ¿Se olvidan de si? ¿Se pierden en estos nuevos espacios limbo? ¿Qué rol juega el país de recepción, amable, a sabiendas de que a los suyos solo les esperan unas fronteras blindadas allá de donde vienen estos mismos “turistas residentes”?