He aquí palabras que parecen pronunciadas ahora, para ayer, hoy y después; las escribió Sebastián de Covarrubias, en 1611: “Hay poca claridad sobre cuál fuese la lengua primera y pura que se habló en España. La que agora tenemos está mezclada de muchas, y el dar origen a todos sus vocablos será imposible. Yo haré lo que pudiere, siguiendo la orden que se ha tenido en las demás lenguas, y por conformarme con los que han hecho diccionarios copiosos llamándolos Tesoros, me atrevo a usar este término por título de mi obra”. Esta declaración precede a la hechura del primer diccionario de nuestra lengua que, por voluntad de su autor, y dado el uso de la época, se llamó ‘Tesoro de la Lengua Castellana o Española’. Tesoro, en español, no es solo ‘cantidad de dinero, valores u objetos preciosos, reunida y guardada’, sino también ‘nombre dado por sus autores, a ciertos diccionarios, catálogos o antologías’. ¡Qué bien escogido tal apelativo!: no otra cosa es la lengua que un tesoro alimentado por los hablantes, los escritores y los siglos, que hemos de descubrir, alimentar y preservar, en este triste tiempo de renuncia a la cuantía de lo humanístico, en pro de ocupaciones tecnológicas y crematísticas.
Covarrubias se adelantó en 110 años al primer tesoro oficial de la lengua española, nuestro Diccionario de autoridades, redactado entre 1726 y 1739, resultado del propósito que llevó a la fundación de la Real Academia de la Lengua, en 1714: ‘Hacer un diccionario copioso y exacto, en que se viese la grandeza y poder de la lengua”. Elaborado desde dos modelos: el del diccionario italiano(1612) publicado por la Academia de la Crusca, (Florencia, 1583), y el de la Academia Francesa, de 1694. Cada lema contiene citas de ‘autoridades’ tomadas de obras de escritores cuyo empleo de la lengua era afamado por su elegancia y precisión. Incluye notación etimológica, refranes, proverbios, regionalismos y arcaísmos, jerga y vocabulario científico y técnico, creación que supuso, al menos, trece años de trabajo. En 1780, la RAE decidió publicar en un solo volumen y sin citas de autoridades, el llamado ‘Diccionario manual o común’. A partir de esta fecha se cuentan las apariciones del Diccionario académico, antes llamado Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) y, a partir de la vigésima tercera edición recién aparecida, Diccionario de la Lengua Española (DILE) título que reconoce en su elaboración el trabajo de las 22 Academias de la Lengua.
¡Existen tantos tipos de diccionarios! Todos merecen nuestro detenimiento y algún momento me referiré a los más importantes; entre todos, nos interesa hoy uno que aún no existe: el Diccionario académico del habla del Ecuador, (DAHE). La Academia Ecuatoriana se encuentra afanada en redactarlo, para recoger nuestra habla y, en ella, nuestro aporte al español, nuestra idiosincrasia, nuestros empeños, en un libro que, como el de Covarrubias, sea ese tesoro que tanto necesitamos aprender a aprehender.
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