Todos los seres humanos, por naturaleza, somos hedonistas. Buscamos de modo incesante la satisfacción de nuestras necesidades, es decir, el placer. Por ejemplo, sentimos placer al calmar nuestra sed o al saciar el hambre, también al lavar nuestro cuerpo con agua caliente, y, por supuesto, al experimentar el goce sexual. Sentimos placer de forma e intensidad distintas cuando amamos, besamos o abrazamos, cuando departimos con amigos, miramos una pintura, leemos un libro o, simplemente, cuando descansamos.
El escritor italiano Gabriele d’ Annunzio dijo: “Todo hombre alimenta un secreto sueño, que no es la bondad ni el amor, sino un desenfrenado deseo de placer y egoísmo”.
Satanizar el placer sexual como se lo ha hecho con el lanzamiento del llamado Plan Familia, que reemplazó la labor del Enipla (Estrategia Nacional Intersectorial de Planificación Familiar y Prevención del Embarazo en Adolescentes), resulta además de una pretensión de adoctrinamiento moralista-religioso, intolerable en un Estado laico y liberal, un verdadero absurdo desde el punto de vista fisiológico y psíquico del ser humano.
La escala de valores de una persona se forma y se modifica a lo largo de su vida por el crecimiento, las experiencias particulares y sociales, y el aprendizaje. El papel fundamental en la definición de esos valores lo tendrá, además del individuo, la familia, en especial sus padres, y luego su entorno, pero jamás el Estado.
Las cuestiones morales son parte de la esfera privada del ser humano, y en consecuencia, la intromisión estatal en la intimidad constituye una violación al derecho fundamental del hombre previsto en el artículo 12 de la Declaración Universal: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia”.
Por otra parte, pretender la abstinencia sexual de los jóvenes dando charlas sobre valores o amenazándoles con todos los fuegos del infierno es tan iluso y antinatural como imponerle el celibato a cualquier especie animal por orden divina o llevarse de forma voluntaria a los orangutanes de Borneo a una procesión mística.
Salvo casos particulares puntuales, el adoctrinamiento político-moral-religioso en materia sexual no podrá cambiar sustancialmente las estadísticas de embarazos precoces en el país ni aumentará la edad promedio a la que los jóvenes se inician en el sexo, pero su consecuencia inminente, que es la suspensión de las políticas públicas de salud y educación sexual con prevención, sí incrementará los casos de embarazos no deseados, abortos, enfermedades y muerte.
Y si alguna persona por afinidades religiosas o morales todavía piensa que esta decisión es correcta, piense también que en más de 30 países del mundo se practica aún la ablación femenina y que en otros lugares se sigue lapidando a las infieles o se ejecuta a los homosexuales, todos por razones religiosas, como una forma brutal de sanción y eliminación de aquellos placeres non sanctos.