Luego de los terribles acontecimientos sufridos por todos (todos somos todos, aunque a menudo ‘todos’ nos sentimos, y sentimos a los otros como una parte, más o menos aventajada, pero distinta y distante, respecto de ‘nosotros’); de las patéticas jornadas que condujeron al Gobierno a suprimir la medida que prescribía liberalizar precios de combustibles para equilibrar en algo nuestras paupérrimas finanzas, y porque se hace difícil salir de estos sucesos y entrar en una cotidianidad de relativa paz interior, intento contribuir a difundir algunas ideas respecto a un asunto crucial, cuya trascendencia rehusamos aceptar.
Nuestra desgracia se fundamenta en la enorme deficiencia educativa que sufre el Ecuador. No cabe en este tema distinguir entre pobres y ricos: Ni ricos ni pobres ni clase media recibimos en casa, en escuelas, colegios o universidades públicos o privados, gratis, medios o caros, la educación que nos permita comprender las exigencias de la democracia, los sacrificios que pide; la responsabilidad que supone aspirar a una sociedad justa. Mirémonos, si no, en los acontecimientos sociales vividos, espejo oscuro del que extraer lecciones…
Si la educación empieza en casa, en las casas más humildes, sobre todo en las de los indígenas que viven en el campo, los niños se educan en la convivencia íntima en el hogar, en el valor del trabajo, en la pobreza, que les impele a esforzarse. Sobre el aporte de sus padres, poco se puede pedir en el terreno intelectual, aunque valoran y preservan su cultura, se sienten más cerca de la tradición y, en cierta medida, tienen, sobre los niños ciudadanos, ventajas básicas de hogar, de intimidad. En cambio, sus escuelas apenas llenan lo indispensable en lectura y escritura y dominio del idioma propio –el suyo, el quichua u otra lengua originaria- y el español, lengua oficial. Es drástica la deserción escolar, dada la necesidad de que niños y jóvenes colaboren con sus padres en el trabajo del campo. Si algunos llegan a los estudios universitarios es notable la deficiencia de su capacidad de interés y atención, el mínimo nivel de dominio de la lengua oral, ¿qué decir del de la lengua escrita? Perdieron su niñe
z y juventud en cuanto se relaciona con la ilusión por aprender, en la adquisición de nociones cívicas básicas, y serán presa fácil de líderes oportunistas, con el mismo nivel de ‘educación’ que ellos, pero con más viveza y mayor experiencia adquirida en contacto con mestizos ambiciosos y sin escrúpulos. Niños, adolescentes y jóvenes asediados por el consumismo tienen como ideal secreto o manifiesto imitar a los mestizos cercanos, ‘entrar en política’, resarcirse de la pobreza y las deficiencias vividas, sin razonar a fondo sobre su condición y la de los demás. No cuentan con los medios para ejercer una ciudadanía consciente. De adultos viven, respecto de los otros, lo que ellos sufrieron: intolerancia, imposibilidad de diálogo, maltrato…
Insistiremos, lo exige este resumen a ultranza.