A cuatro semanas del cierre de la campaña electoral los desacuerdos internos en el Consejo Nacional Electoral enturbian el mapa.
La discrepancia y la divergencia es consustancial a un cuerpo colegiado. Que los vocales tengan opiniones encontradas no asusta, no debe asustar a nadie.
Lo que sucede es que en la cultura del poder vertical y concentrado en la que nos metieron en los años del autoritarismo esto llama la atención. En tiempos del caudillismo toda disidencia era condenada y toda orden emanada del poder Ejecutivo era obedecida por el rebaño, y sin objeción.
Esto es distinto, y como parte del aprendizaje de vivir en una sociedad plural, diversa y abierta, los puntos de vista encontrados no debieran llamar la atención.
El Consejo Nacional Electoral, desde la concepción de la década pasada, era un ente obediente, no deliberante.
La primera tarea sobre la marcha del Consejo actual es recuperar los pasos y vivir en una democracia con sus dificultades.
La ficción populista del modelo impuesto le ‘vendió’ al país la idea de que la autoridad electoral no debía tener vínculo con las fuerzas políticas. Al tenor de la propaganda, en detrimento de lo que llamaron la ‘partidocracia’, construyeron una ficción Un poder, con esas consideraciones en el esquema de cinco poderes del Estado, y además independiente.
Sonaba bonito. Pero la realidad es que las acciones del CNE no fueron independientes. A veces con recato y otras veces de modo desembozado se veía el plumaje verde flex por debajo del disfraz y el maquillaje.
Hoy hay que empezar a cambiar esa historia de vergüenza y sumisión.
Los vocales actuales tienen pensamiento, ideología y hasta militancia y aunque no se deban a órdenes de las distintas fuerzas que expresan tendrán diferencias de opinión.
Lo ideal es que la composición del alto organismo del sufragio sea plural y en ella se expresen las corrientes de los partidos o movimientos mayoritarios del país.
La vigencia de las normas y su observación debe ser pulcra. Un aspecto vital para que el nuevo esquema superviva está en la garantía de unas elecciones transparentes.
El respeto irrestricto a la voluntad popular expresada en la urnas puede contribuir a superar los episodios sospechosos de las pasadas elecciones presidenciales.
Una premisa es cuidar que los equipos de computación estén manejados por ciudadanos competentes en materia tecnológica, éticos e impolutos en su acción.
Pero llama mucho la atención es que las diferencias entre los vocales no sean sustanciadas con la altura que el momento de reconstitución institucional demanda.
Los vocales – están a la vista las hojas de vida y sus acciones – son personas serias. En la repetición de los hondos distanciamientos hay un solo ganador que pretenderá hacer burla de este ejercicio abierto y plural. Cabe hacer un llamado cordial pero firme a los vocales a bajar tensiones por el bien del país. La democracia lo merece.