China ha sido la “locomotora” de parte importante de la economía mundial, creyéndose que lo sería para la recuperación de la crisis ocasionada por la pandemia. Desafortunadamente ello no ocurrirá. Datos recientes del Banco Mundial indican que la economía del gigante asiático tendrá una fuerte contracción este año, bajando su crecimiento interanual desde un 8,1% a un 2,8%.
¿Por qué este frenazo? Primero por una crisis inmobiliaria, a la que se suma que el yuan se ha depreciado en relación con el dólar. Sumándose que la producción industrial también está cayendo.
Tras esto, están las estrictas políticas de confinamiento decretadas por Beijing para combatir la pandemia, ocasionando que el centro financiero de China (Shangai) se paralizara, viniendo a sumarse la crisis inmobiliaria, ocurrida al reventarse la “burbuja” que permitió un importante crecimiento de las empresas de este sector por décadas, las que a su vez llegaron a aportar un 25% del PIB de China.
Ocurre, que las autoridades tomaron medidas para atajar el endeudamiento de múltiples empresas inmobiliarias, endureciendo el acceso al crédito, ocasionando una ola de suspensión de pagos, lo que repercutió en que las obras en ejecución no pudieran terminarse ni iniciarse nuevas. Por ello, las ventas inmobiliarias muestran una caída de un 32,9%.
Es probable que el gobierno chino no vio o no quiso ver la burbuja que se estaba creando, con precios de propiedades muy altos más por especulación que por demanda, acompañado ello de empresas que vivían de préstamos que no podían pagar.
¿Porque actuaron así las autoridades de Beijing? Probablemente porque su “desarrollo y crecimiento económico” se apalancaba fuertemente en la industria inmobiliaria. Y porque no supieron conjugar, lo explosivo y perjudicial que sería actuar en ambos frentes al mismo tiempo. Todo ello lleva a que el 2023 será complejo para la economía china, con repercusiones en el resto del mundo.