Pablo Cuvi

Cuando te falle el cerebro

Para distraerme, mientras me practican una resonancia magnética de la columna lumbar, empiezo a planificar el artículo sobre la película ‘El padre’ y pienso en la ironía de que un anciano inglés que empieza a sufrir de demencia senil sea interpretado por un actor de 83 años que podría estar cultivando pacíficamente las flores de su jardín en vez de memorizar parlamentos y meterse en el pellejo de otro ser. Gran enseñanza de Anthony Hopkins y merecido el Oscar a su actuación.

La segunda idea que me asalta mientras continúo echado es que también resulta irónico o cruel o desleal ese juego del arte que nos lleva a sentir placer estético al contemplar la fina representación de la tragedia de ese anciano que, a medida que pierde la memoria, reacciona con angustia e ira a la disolución de la realidad y la pérdida de su yo.

El contrapunto perfecto lo brinda aquella otra estupenda y oscarizada actriz que es Olivia Colman, quien encarna a la hija solícita que va perdiendo el control de la situación hasta que se ve obligada a internar a su padre en un asilo de ancianos, mera antesala de la muerte.

Sí, también el guión se llevó un Oscar por haber planteado la historia, fragmentada y confusa, desde la mente del padre. Gracias a este punto de vista, tampoco los espectadores sabemos bien quién es quién; si la hija sigue casada o se va a Francia con un novio; si el padre está en su apartamento, o en el de la hija o ya en el asilo… las categorías de espacio y tiempo, bases del pensamiento racional, se han desdibujado.

Los griegos consideraban que el desenlace de la tragedia debía generar la catarsis que purifica al espectador y revitaliza el sistema social. Pero lo que produce esta película es una tristeza profunda, pues ahonda la sospecha de que somos poco más que memoria. Y cuando el cerebro empieza a fallar, vamos dejando de ser, perdemos nuestra identidad.

Claro que el padre también tiene emociones. Y sufre, por supuesto; la pérdida de su mundo le genera un hondo y muy humano sufrimiento. Con la aclaración, casi innecesaria, de que él, como todos, ama y sufre y se emociona con el cerebro. Tal como el dolor que me causa la columna es interpretado por mi cabeza y si me tomo un opiáceo apago ese dolor… en el cerebro.

Pero un problema lumbar es secundario al lado del sufrimiento de Alicia, una lingüista brillante que empieza a olvidar las cosas en la cima de su carrera. Cuando le diagnostican un alzhéimer precoz (tiene menos de 60 años) la protagonista de ‘Siempre Alicia’ planifica suicidarse con píldoras de dormir cuando ya no sepa quién es y los espectadores estamos de acuerdo con esa solución racional. Pero en la escena más dramática, la deteriorada Alicia ya no recuerda para qué eran las píldoras. Por esa interpretación, Julienne Moore ganó el Oscar y varios premios más.

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