Un kilómetro y medio de danzantes sin esquemas ni programa definidos. Cada cual deja su cuerpo libre para ritmos que, a pesar de las diferencias, se integran en un mismo origen andino e indígena. Son las Octavas de la fiesta de San Pedro en J. Montalvo, ayer 100% indígena y rural, hoy ya urbano, de indígenas y no indígenas.
Se comparte el sentido de la fiesta; es un encuentro con lo andino indígena; para los unos a la usanza de Pesillo y San Pedro en Cayambe y, para otros, con una nueva música, que sin embargo no deja de ser sanpedrina y andina. No es el género chicha que, en su mescolanza, anula las características de la música indígena; en Cayambe hay un ritmo propio que guarda sus orígenes, conserva identidad. Las Octavas son ya tan importantes como el día de San Pedro, con nuevas formas de expresión de la fiesta, nuevos actores, indígenas y no indígenas. Recorren primero la calle principal grupos de mujeres. Como es costumbre en Pesillo y Zuleta las mujeres comandan la fiesta, bailan en grupo, cantan y definen los ritmos que los hombres de la orquesta respetan, con guitarras o alguna flauta o rondín. Esta parte parece una fiesta exclusiva para las mujeres. Elegantemente vestidas cantan sus penas y alegrías, de la migración y trabajo, de amores perdidos y de nuevos que la distancia crea; escondidas, encuentros y frustraciones que la seducción y el tiempo tejen. Lanzan mensajes de seducción a un hombre y concluyen que los hombres tienen limitaciones para expresarse y ser parte del querer. Otros grupos seguirán, de indígenas o no, o mixtos cada cual con una gran orquesta moderna que ostenta metales o timbales y atenúan guitarras y flautas. El fondo musical es tradicional indígena; hay dejos de la boliviana, de la tropical, pero sigue siendo indígena; los nuevos instrumentos – tromba o saxofón sobre todo tocados por mujeres- dan fuerza al ritmo. Los que ayer en el espacio urbano y rural rechazaban lo indígena, toman ahora sus vestimentas, siguen su ritmo de fiesta, sus modos.
Esta marea humana configura un nuevo Carnaval andino, en el que todos se mezclan y borran las polarizaciones sociales de antes. Es algo más que un paréntesis, revela los cambios vividos. El nuevo Ecuador de cuya fuerza social, ahora expresada en la fiesta, no dan aún explicación los papeles y prefigura que se atenúan los conflictos étnicos anteriores o se redefinen y construyen nuevas pertenencias. Es un Ecuador que las ideas de ayer no captan. Hace apenas una generación era impensable que los nietos de un recalcitrante hacendado de abolengo bailaran con los de los huasipungueros, para hacer suya la fiesta, con un nuevo lenguaje corporal y reconstitución de lo andino indígena. Es el Ecuador que siguiendo sus peculiaridades que ha cambiado rápido y profundamente.