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Desde diversos sectores, muchos de ellos descalificados desde la propaganda oficial, siempre se reclamó que el modelo de gestión implementado en los últimos años difícilmente podía sostenerse en el mediano y largo plazos. Mientras existieron ingresos por los altos precios del petróleo, el país fue visto como un sujeto de crédito al cual se le podían hacer empréstitos, más si los mismos estaban garantizados con la producción de crudo. El dinero fluyó y se pensó que la bonanza no acabaría. El Estado tomó un rol preponderante en la economía, desplazando en importancia al sector privado que tradicionalmente había sido su motor más dinámico. Con los recursos que recibía realizó obras de infraestructura, unas más trascendentes y prioritarias que otras. Muchas de ellas pudieron haber sido realizadas con el concurso de la inversión privada, pero se eligió otro modelo y fue el gobierno el que realizó la inversión. También se hicieron obras en salud y educación, como correspondía, pues resultaba impensable que con el flujo percibido en los últimos años no se atendiese a esos sectores vitales. Todo parecía encaminado, pero no se observaba lo que siempre se advertía que la bonanza estaba anclada a una situación específica de los mercados externos sobre la cual el país no tenía ningún control ni influencia, por lo que era indispensable ser cuidadosos con el manejo de tan esporádica riqueza.
Hasta que lo indeseado sucedió. Hace seis meses el precio del crudo cayó casi a la mitad del valor promedio en el que se mantuvo por algunos años y el país, en consecuencia, deja de percibir ingresos sustanciales. Las fuentes de crédito ya no prestan dinero con tanta facilidad, pues se ha achicado la fuente de repago. Algunas operaciones internas podrán ejecutarse, pero no las suficientes como para atender todo aquello que se propuso realizar el gobierno en el presente año. Un escenario simplemente impensable a mediados del 2014 ahora es una absoluta realidad.
Ya no se puede avanzar con las premisas que mantuvo este modelo de gestión. Hoy más que nunca se vuelve imperioso dar un golpe de timón, para que se recupere la confianza en las posibilidades del país y se pueda contar con el concurso de la inversión privada, para que retome su papel preponderante como agente dinamizador de la economía. Aquello toma tiempo y no se ven resultados en forma inmediata, por lo que es indispensable arrancar lo más pronto posible con el objeto que, de producirse una desaceleración, esta se presente de forma gradual evitando que se pierdan algunos logros alcanzados.
Lo importante es hacer sostenible al modelo sin que esté sujeto a los avatares de influencias externas. Esto se logra, como ha sucedido en otros países, si se entiende que ya no caben prejuicios gratuitos en contra de los que toman riesgos, ni es posible avanzar ni generar empleo con el simple voluntarismo. Momento crucial en el que es indispensable hacer los correctivos adecuados para sostener los buenos tiempos y no sean eventos esporádicos que terminan convirtiéndose en espejismos fugaces.