Justamente cuando acabo de leer el artículo de Francisco Carrión sobre la podredumbre que se extiende por nuestra sociedad (EL COMERCIO, 27 de octubre/20), me enteré de una nueva edición del Carreño que está a la venta en el mayor mercado moderno de la ciudad. No dejó de llamarme la atención el aspecto tan contemporáneo del diseño de esta nueva edición, que contrasta con la decrepitud del contenido de aquel librito de un maestro venezolano del siglo XIX, dirigido “a los jóvenes de ambos sexos”.
Vinieron enseguida a mi memoria los encendidos reclamos de una nueva asignatura en las escuelas y colegios, para que niños y jóvenes aprendan “moral y cívica”, como se llamaba en otros tiempos a la preceptiva de una sociedad hipócrita que encubría latrocinios, chantajes, abusos, infidelidades y otras tropelías con la fragancia de las “buenas maneras”. Quizá esos mismos reclamos puedan explicar la reaparición del Carreño; quizá son una respuesta desorientada, pero respuesta al fin, a la extrema informalidad de nuestros días, cuando el desparpajo, el cinismo, la grosería y la total irreverencia han abolido el decoro, el formalismo y la decencia.
Y, sin embargo, la nuestra es la sociedad de las solemnidades. Cierto que hoy lo son de pacotilla, pero existen. La burocracia lo sabe. Los políticos lo saben, y las novias también. Además de las ceremonias de ocasión, vivimos hasta la coronilla con reglamentos, requisitos, certificados, copias, apostillas, permisos, excepciones, plazos, formularios, credenciales, concesiones, proformas, comprobantes, sellos, rúbricas, sumillas…, ¡y ediciones del Carreño!
Quisiera estar equivocado, pero me temo que la preponderancia que se concede entre nosotros a estas formalidades no es ajena a la corrupción que en todos los niveles se ha extendido como una mancha de aceite. Además de los hechos bochornosos que leemos en la página de Carrión, hay que reconocer que en nuestra sociedad se ha desvalorizado la palabra con tantas siglas, tantos los/las, y tantos eufemismos inventados para amortiguarla; hay que reconocer que los actos se reducen con demasiada frecuencia a gestos de ambigüedad espeluznante; hay que reconocer que la ética social no se reconstruye derribando monumentos o soñando la reedición de episodios revolucionarios de un ajeno pasado; hay que reconocer que la mentira se ha convertido en profesión y el engaño en estrategia de una política reducida al forcejeo de ambiciones.
Bien ha hecho Carrión al recordarnos que “los buenos somos más”; pero es preciso agregar que dejamos de ser buenos si nos envolvemos en nuestra “bondad” para no mirar la injuriosa realidad que nos rodea. Un viejo maestro me dijo en mis primeros años que es necesario comenzar cada mañana con un propósito firme. “Hoy quiero hacerme digno de pisar la tierra que guarda los huesos de mis mayores”. Pienso que los “buenos” deben recordar esa enseñanza. Y los “malos” también.