Borrar con el codo…

No hay duda alguna: los ecuatorianos somos expertos en borrar con el codo lo que escribimos con la mano. Escribimos “unidad” e inmediatamente empezamos a pelearnos; escribimos “transparencia” y nos envolvemos en un manto impenetrable; escribimos “primero la patria” y nos afanamos en asegurar nuestros propios intereses; llamamos a un acuerdo y hacemos la comedia de aprobarlo para empezar enseguida a torpedearlo. Nunca hemos estado satisfechos por tener lo que tenemos, pero hemos hecho todo lo posible por perderlo. Sospechamos de todos, desconfiamos; ignoramos lo que hacen los vecinos y nos adelantamos a ponerles alguna zancadilla, por si acaso.

Los acontecimientos de la última semana nos demuestran que tales son nuestras “virtudes ciudadanas”. Hoy sabemos que las elecciones de febrero han superado ya todos los límites hasta ahora conocidos. Hace algunas semanas yo declaré en esta columna que no confiaba en la autoridad electoral. Hoy puedo ver que mis temores no eran infundados. Actas tramposas, falsas credenciales, acrobacias jurídicas, incapacidades manifiestas. A estas alturas no sabemos claramente lo que ha pasado ni lo que pasará, pero estamos seguros del desastre que nos está esperando.

¿De quién es la culpa? ¿De los dos candidatos cuyas torpezas evidentes han desbaratado lo mismo que querían construir? ¿De las autoridades que han llegado a un perfecto virtuosismo en el arte de enredar y confundir? ¿De los legisladores que enmarañaron las leyes?
Sí, todos ellos son culpables, pero no solo ellos: lo somos todos. Hemos recibido una herencia sin beneficio de inventario, y con ella los mismos defectos que se han ido acumulando desde antes de los tiempos coloniales. Renán decía que el olvido es también necesario para construir una nación, pero nosotros, tan desmemoriados para nuestro pasado inmediato, nunca hemos podido olvidar los agravios que sufrieron nuestros padres ni los que nuestros padres infringieron a los que ahora son nuestros hermanos.

Desde entonces recelamos los unos de los otros, alimentamos rencores, nos nutrimos con resentimientos viejos y recientes. Nos llenamos la boca con la palabra “democracia”, pero la democracia es un traje que nos ha quedado siempre grande. Y en lugar de crecer para que el traje nos quede a la medida, nos encogemos cada vez que debemos encontrar soluciones con lucidez y valentía.

Mientras tanto, somos buenos para asolearnos en la playa, para bañarnos en las aguas del Pacífico, para hacer de los malecones buenas pistas de baile. Chile ya cuenta 1.846.926 vacunados; nosotros, 6.228, incluyendo los habitantes de una residencia para ancianos que no constaba en el programa. El Ministro, por cierto, guarda silencio, pero la última vez que dijo algo, dijo que todo está bajo control. Tal como van las cosas, no sería raro que ahora destinen algunos millones a ampliar los cementerios. Eso se llama previsión.