El Estado y el ascenso de los necios

Zygmunt Bauman habló de la sociedad líquida, una manifestación del posmodernismo, movimiento filosófico que propugna una interpretación irónica del pasado con cierto trasfondo nihilista. Su crítica de la sociedad contemporánea se basa en el descrédito de aquellas “grandes narraciones” que han sustentado la tesis de que en el mundo moderno se sostiene gracias a la aplicación de modelos de orden. Es evidente que las guías éticas que hasta el último tercio del siglo XX eran respetadas, ahora han ido perdiendo vigencia. El Estado como centro del poder se halla en crisis. ¿Qué libertad tienen los estados nacionales frente a entidades supranacionales como el FMI, los obcecados caprichos de grupos influyentes, llámense empresas transnacionales, corporaciones mafiosas que crecieron a la sombra del neoliberalismo? Si el Estado está en crisis, lo están también las ideologías.

El concepto de comunidad ha sido sustituido por un individualismo desenfrenado en el que prima el consumismo y el deseo narcisista de hacerse visible en las redes sociales. Ya no gobierna el más capaz, sino el más audaz. El decoro ha sido sustituido por la farsa circense. La política se ha convertido en una tómbola movida por embaucadores que venden gato por liebre. Se ha perdido la confianza en la justicia. Los parlamentos: un escaparate de ineptos y desvergonzados. Si las ideologías se han diluido en demagogia y vacíos eslóganes que una vez difundidos se precariza su contenido, el ciudadano ya no discierne, su vida está adocenada por el engaño, naufraga en la insensatez y el vacío. Huérfanos de valores, los partidos políticos son autobuses dirigidos por cabecillas que han logrado arrebañar oportunistas, tránsfugas de otros movimientos que aspiran medrar del poder sin tener méritos ni preparación.

En estos mismos días, en los EE.UU., ocurre un hecho insólito. Me refiero a Donald Trump quien se niega a reconocer el legítimo triunfo del demócrata Joe Byden, su contrincante en las elecciones presidenciales. Los hechos son claros, Trump perdió, pero él se niega a aceptarlo y busca deslegitimar una verdad evidente. Un hombre carente de principios, como Trump, trata de imponer su necedad a toda costa, y todo para llevar adelante un capricho personal. La gobernabilidad del Estado está crisis, hay un evidente trastrocamiento de aquellos valores que unen a una sociedad.

Cuando la insensatez pasa a ser conducta cotidiana, el orden y el equilibrio de la sociedad se resquebrajan. Si más pesa la tozudez de un necio que, a más de poder ostenta estupidez; si lo legítimo es calificado de fraude, la verdad pasa a ser mentira y la mentira llega a ser verdad, entonces hemos resbalado a una profunda crisis moral, a una decadencia propia de los pueblos que han perdido el ritmo del progreso, que declinan al ocaso de su historia.

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