No me sorprendí cuando leí que nuestro ilustre gobernante (que ha olvidado, son su característica memoria selectiva, que debutó en la política nacional como consecuencia de un golpe de estado) ha afirmado que los integrantes de la oposición venezolana, que triunfaron rotundamente en las últimas elecciones legislativas, son “diez mil veces golpistas”. No sé si sonreír o lamentar la alta dosis de cinismo que contiene esta absurda teoría. He insistido en numerosas ocasiones en que el correísmo, utilizando el poder y mediante frecuentes actos golpistas, o, si se prefiere, un golpe de estado continuo, a largo plazo, ha ido destruyendo la independencia de nuestras endebles instituciones, logrando su control como nunca antes en nuestra historia y consolidando su proyecto autoritario y concentrador.
¿Ha olvidado ya el violento asalto al Tribunal Supremo Electoral, que quedó en la impunidad gracias a una Fiscalía cómplice, o la arbitraria destitución de cincuenta y siete integrantes del Congreso Nacional, sustituidos, luego de una grotesca y vergonzosa farsa, por los ‘diputados de los manteles’, para lograr así la inconstitucional convocatoria a la consulta popular que permitió la instalación de la Asamblea de Montecristi? ¿Ha olvidado que esa Asamblea, haciendo caso omiso del ‘estatuto’ aprobado por los ciudadanos, excediéndose en sus atribuciones, resolvió que sus decisiones eran “jerárquicamente superiores a cualquier otra norma del orden jurídico y de obligatorio cumplimiento para todas las personas…”?
¿Ha olvidado que esa Asamblea, que aprobó el mamotreto constitucional de Montecristi, otorgó ‘amnistías’, legisló, destituyó y nombró funcionarios y declaró en ‘receso’ al Congreso Nacional, también permitió, al aprobar una truculenta ficción jurídica, que su período de cuatro años sin reelección se transformara en un período de diez años y ocho meses? ¿Ha olvidado la integración por encargo de la Corte Nacional de Justicia? ¿Ha olvidado que el Tribunal Constitucional se autoproclamó Corte Constitucional, violando la Constitución recién aprobada, que estaba en la obligación de respetar, para asumir atribuciones que no le correspondían? ¿Ha olvidado la destrucción de la independencia de la Función Judicial?
Estos hechos arbitrarios, sucesivos y coordinados -y muchos más que no me es posible mencionar por falta de espacio-, demuestran que el golpismo (actos realizados “por el gobernante para reforzar su propio poder”, según la definición de Gabriel Gaudé) de la ‘revolución ciudadana’ es crónico. La propaganda fascistoide, atosigante y agresiva, maniquea y falaz que hemos soportado en los últimos años, destinada a denigrar y a descalificar, a distorsionar la realidad y a pretender convertir la mentira en verdad, no podrá desvirtuar un hecho incuestionable y comprobable: que el golpismo está cómodamente instalado, desde hace nueve años, en Carondelet.