Hace un año parecía poco probable que un candidato tan estrambótico como Donald Trump pasara de ser una anécdota en las primarias republicanas. Pero el resultado fue, esta vez, una suerte de realismo mágico esperpéntico. Trump no solo se llevó los votos de los republicanos en las primarias, sino que alcanza en las encuestas la posibilidad de ser el próximo presidente, en números apretados con la postulante demócrata Hillary Clinton.
En ese detalle estriba lo singular de esta campaña. Un republicano atípico, sin escuela ni estructura, sin carrera política y experto en el show, enfrentará -por vez primera- a una
mujer que fue Primera Dama y senadora.
Las virtudes de la prestidigitación mediática que tantos réditos dieron a Trump en los montajes de Miss Universo, afloraron en potencia en la convención republicana. Un show de aquellos que embelesan al estadounidense medio, con la parafernalia del espectáculo lo puso en el centro de la escena.
Pero lo que más espanta es lo de fondo. Aunque con disimulo, intentó atenuar su animadversión por los latinos, sus prejuicios estuvieron -velados- en la palestra de la convención. Serán el fantasma que le acompañe en una campaña donde la reafirmación de la condición de potencia podrá reponer esa idea nefasta de convertir a su gran país en el gran policía del mundo. Los riesgos para la tranquilidad mundial en tiempos de amenazas económicas, actos terroristas concertados por fanáticos organizados o lobos solitarios, marcan el día a día.
Para colmo, sella su binomio con un compañero ultraconservador, Mike Pence, como para que no haya fisuras en su voto duro.
Mientras, la demócrata Hillary Clinton intenta acercar a la izquierda de Bernard Sanders, que, pese a su confrontación interna, cierra filas por la señora, y ella elige a un conservador, como Tim Kaine, para quitar votos en los estados bisagra a la derecha republicana. La campaña para las elecciones de noviembre promete ser cerrada y fuera de lo común, con un desenlace incierto.