“La democracia está pasando por tiempos difíciles”, observó la revista The Economist en un ensayo publicado a comienzos del mes (‘What’s gone wrong with democracy’, 1-3-14). Hubo, sin duda, peores tiempos en el siglo pasado, como las décadas que antecedieron a la Segunda Guerra Mundial. Pero, sin ser catastrófica, la advertencia de The Economist es oportuna.
La motiva quizás la desilusión. Tras la caída del Muro de Berlín, en 1989, se proclamó el triunfo definitivo de la democracia liberal sobre sus alternativas. Fue un breve momento de gloria. Aquel “fin de la historia” fue apenas el inicio de un nuevo capítulo de la accidentada carrera de la democracia.
The Economist identifica dos razones para explicar recientes males: la crisis financiera de 2007 y el auge de la China. La primera habría expuesto serias debilidades en su sistema político y minado la autoconfianza del mundo occidental. El segundo, proyectando las supuestas bondades de un modelo autoritario, atractivo para otros países. Estas razones habrían estado acompañadas por una serie de eventos, provocadores del desencanto. Por ejemplo, los desarrollos políticos en Rusia y en otros regímenes de corte autoritario que han preservado fachadas democráticas; la guerra contra Sadam Husein en nombre de la democracia; las frustraciones de la primavera árabe en Egipto.
The Economist acierta en identificar el problema y advertirnos sobre su gravedad. No obstante, su diagnóstico y las soluciones propuestas son cuestionables.
La crisis financiera de 2007 puede explicar la falta de confianza en las instituciones democráticas en Europa y EE.UU., pero no en regiones como en Latinoamérica. Algunos países (Vietnam) pueden ver en China un modelo atractivo, pero es dudable que ese régimen sea mundialmente apetecible.
Si hay un modelo alternativo a la democracia liberal hoy, ese es el populismo. The Economist reconoce el problema en sus valoraciones de las limitaciones al poder frente a la “tiranía de las mayorías”. Sin embargo, no logra identificar el peso que el populismo ha venido adquiriendo entre intelectuales y académicos, en contraposición a la democracia representativa.
“Una razón por la que tantos experimentos democráticos han fracasado recientemente -observa The Economist- es que se ha puesto demasiado énfasis en las elecciones y muy poco en otras características esenciales de la democracia. “El ensayo de The Economist no presta mayor atención a los problemas de la “representación” (originados precisamente en sistemas electorales deficientes). En vez de eso propone como solución democrática una combinación de “tecnocracia y democracia directa”.
Hay cierto tono “eurocéntrico” en el análisis de The Economist. Si sus autores repasaran el trabajo de John Markoff sobre dónde y cuándo se inventó la democracia, podrían quizás apreciar mejor sus orígenes periféricos. Y quizás las periferias sean capaces de ofrecer mejores propuestas.