Estoy consciente de que es un adiós momentáneo. No tengo ni la menor ilusión de que al profesor universitario que se convirtió a sí mismo en tradicional caudillo latinoamericano no le pique las manos por volver al poder, aquel con decenas de guardaespaldas, autos, teléfonos y una burocracia idólatra a su disposición.
Después de todo, Juan José, Eloy, José María lo hicieron, faltaba más. Sin embargo, no se puede ir sin una necesaria despedida con un balance.
Pena, mucha pena, de un presidente economista que terminó con la economía, ¡vaya ironía! En esto, tengo que confesar que yo mismo erré en mis predicciones. Cuando amigos me preguntaban en el 2006 qué esperar de su gobierno, yo siempre les decía: no será un demócrata, pero seguramente desarrollará la industrialización.
En lo primero me quedé corta, en lo segundo erré totalmente. Estaba viendo las cifras comparadas del Ecuador con el resto de países sudamericanos y resulta que todos (obviando Venezuela y Haití por supuesto) tuvieron más despegue en sus manufacturas en los mismos 10 años que Rafael Correa gobernó. Irónicamente, resulta que los mejores años para la industrialización en el Ecuador (medidos por la participación de manufactura en el PIB) fueron de 1992 hasta 1999, donde no bajó del 20%.
Perú y Chile –supuestamente los reyes de la liberalización comercial y el extractivismo- generan hoy mucho más valor agregado industrial (especialmente para la exportación) que Ecuador que supuestamente estuvo haciendo sustitución selectiva de importaciones, transformación productiva, o como quieran llamarlo, en estos años. Tampoco se han diversificado las exportaciones y su crecimiento es apenas nimio.
Por eso, cuando se terminó el ‘boom’ petrolero, el espejismo finalizó y el Mago de Oz mostró su verdadera faz. A quienes argumentan que “al menos fue progresista”, les invito a preguntarse si en Ecuador existe un sistema universal y equitativo de salud donde todas las enfermedades están cubiertas, o si el sistema educativo básico y secundario es equitativo, igualitario y tan competente como los mejores colegios privados.
Progresistas son sistemas que promuevan universalmente servicios eficientes, no que parezcan dádivas para los más pobres. Los ecuatorianos no están ciegos y por eso Rafael no decidió terciar en las elecciones esta vez, porque sabía que no ganaba o que ganaba con las justas y su ego no se lo hubiera perdonado.
No obstante, el daño más grande para el país ha sido sin duda el destrozo institucional del Estado, algo que tomará talvez una generación completa reconstituir y eso si el gobierno de Lenin Moreno decide cambiar de rumbo.
En lugar de un estado inteligente, deja un estado pesado y encima patrimonialista, incapaz de hacer política pública para el largo plazo simple y llanamente porque se volvió incapaz de escuchar a los demás, la esencia de un proceso saludable de política pública. Los libros de historia tratarán a Rafael como trataron a Juan José o a Gabriel García, si tiene suerte.