A este número tan limitado de caracteres se reduce una buena parte de las relaciones personales modernas. Si bien es cierto que, gracias a las redes sociales, tan útiles y tan de moda, se ha posibilitado la interconexión entre millones de personas alrededor del mundo, también es verdad que este vértigo social e informativo nos lleva de la mano, casi volando, hacia el mundo de la comodidad, pero también al de la simpleza. En principio, y en la búsqueda de una vida lo más confortable posible, toda esta dinámica podría ser aceptable, pero ¿cuáles son los problemas que se ocasionan al vivir en un mundo de 140 caracteres? El primer inconveniente está al interior de las relaciones humanas. En la sociedad moderna se prescinde cada vez más del diálogo, de la tertulia y las discusiones, y se las reemplaza, mayoritariamente, por los brevísimos chats o mensajes de texto. La conversación, elemento básico para la convivencia y el aprendizaje, tiende a desaparecer cediendo su espacio a una pequeña máquina -cada vez más pequeña-, que sustituye al ser humano como interlocutor directo. Así, resulta muy fácil comprobar que en los restaurantes, en los patios de los colegios y universidades, en las calles y plazas, en las oficinas e incluso en los espacios más íntimos de la familia, la gente de hoy utiliza muy poco la palabra oral, pues normalmente se encuentra ensimismada, concentrada y subyugada por ese aparato “inteligente”.
Precisamente una de las consecuencias que conlleva el uso excesivo de esos objetos de alta tecnología es que la inteligencia se queda muchas veces orbitando los circuitos, chips e interconexiones, sin fluir hacia el autómata que los usa.
Otro riesgo evidente que se aprecia de manera especial en las nuevas generaciones, es el esfuerzo enorme, casi heroico, para leer y comprender párrafos más o menos extensos, páginas, y peor aún libros enteros, pues su mente ha sido programada de forma inconsciente para trabajar en un espacio máximo de 140 caracteres. Y por si faltara algo más, a este problema se le debe sumar también la espantosa ortografía que tienen hoy los niños y jóvenes, resultado natural de la falta de lectura amplia y de la fugacidad con que se procesan las conversaciones en un soporte tecnológico conectado a las redes sociales.
El resultado obvio de todo esto es la ausencia de reflexión y pensamiento crítico que padece la sociedad actual. Por supuesto que el problema no está solamente en el número limitado de caracteres y en las nuevas tecnologías, sino en la prevalencia de estas formas constreñidas de comunicación sobre la palabra oral, aptitud fundamental del ser humano. Y también, como no, en la deformación cultural que vive una parte mayoritaria de la humanidad, alejada de los libros y esclavizada por el asfixiante mundo de los dispositivos inteligentes.