Catalina Puebla (en el centro, en la primera fila) sostiene la bandera del equipo. A la izq., el equipo en los años cincuenta. Foto: David Paredes / EL COMERCIO
En las calles Río de Janeiro y Estados Unidos, en el barrio América de Quito, todavía está en pie la casa donde se fundó el club que lleva el mismo nombre del sector.
La familia Puebla se encargó de que las paredes de esta tradicional vivienda sigan verdes y blancas y que el sentimiento por el club América perdure, pese a las adversidades. Para ellos, el equipo es el último recuerdo vivo que tienen de su padre Gilberto Puebla, quien fue fundador, entrenador y dirigente de los ‘Cebollitas’, que esta temporada volvieron al fútbol profesional tras 28 años de angustias y frustraciones en su paso por la Segunda categoría.
Los Puebla se han organizado para acompañar al equipo en diferentes años. Tras el descenso del América a la Segunda categoría de Pichincha, en 1988, se transformaron en peregrinos intercantonales e interprovinciales.
La pasión por el equipo los llevó al límite. Rosa Puebla cuenta que durante los mejores años del club, ella y sus primas conformaban el grupo de porristas y viajaban por todo el país para ver jugar al plantel.
Llegaron los vicecampeonatos, las participaciones en Copa Libertadores y el sentimiento crecía aún más por el club. Eduardo, el mayor de los Puebla, afirma haber nacido como hincha del América.
Para la familia todo giraba en torno al equipo. “Desde la barriga de mi madre siempre he ido al estadio. Fui la mano derecha de mi padre. Lo acompañaba a todo lado, al colegio Mejía, al estadio del Arbolito y al Atahualpa”, dice Eduardo.
A pesar de los años, la pasión de Eduardo por el club no murió. El descenso a la Serie B y a la Segunda categoría fue un golpe duro para la familia. Pero el sentimiento creció más.
Rosa Puebla dice que nunca ha dejado de acompañar al cuadro de su progenitor. Así, el complejo de la Armenia -donde jugaba el equipo- se transformó en su segundo hogar.
“Me ha faltado garganta para alentar al América. El ascenso a la Serie B lo disfruté a la distancia. Hice un viaje a Panamá y me tocó escuchar el fútbol por la radio. Fue una emoción grande saber que estábamos de vuelta al profesionalismo”, cuenta Rosa.
En la vivienda, en uno de los cuartos hay varios trofeos conseguidos por el club en el amateurismo y en sus participaciones en barriales.
En la habitación se fundó el club profesional. Ahí, ahora funciona un pequeño taller. Las paredes todavía son de adobe y la luz entra solo cuando se abre la puerta. En ese lugar, los 14 hijos del famoso ‘Chagra’ Puebla se reúnen para revivir anécdotas de su amado equipo.
Como si se tratara de un grupo de jóvenes o de una barra brava, todos cantan y gritan. Ana, la mayor de los hermanos, es la que lleva la voz de mando. Ella busca que el sentimiento por el plantel se mantenga y que el barrio vuelva a enamorarse del equipo.
“Antes todo el barrio seguía al América. A nivel profesional nos sentíamos representados en todo el país. Viajábamos a Guayaquil, Ambato, Riobamba, Machala. No nos importaba, porque sabíamos que el equipo iba a demostrar su jerarquía en la cancha”, dice emocionada Ana.
Iván, el menor de la familia, solo tiene palabras de agradecimiento para la actual dirigencia, presidida por Rodrigo Espinoza, responsable del ascenso.
“Gracias señores directivos por hacernos volver a revivir lo que es el fútbol. Nosotros apoyaremos desde las barras como lo hicimos cuando en el equipo estaba mi padre. Ahora es nuestro turno inculcarles la pasión por el verde y blanco a hijos y nietos”, dice Iván.
En el patio, donde se realizaban las reuniones de los jugadores y directivos, todavía se escuchan los cánticos. Con una voz un tanto ronca por el pasar de los años resuena la tradicional barra.
Ahora, ellos se alistan para ver al club en acción en su participación en la Serie B. Ahí, se reencontrará con el Aucas, con quien disputó intensos duelos.