Imagen del atleta ecuatoriano Millán Ludeña en los cien kilómetros en la Antártida, tomada de la cuenta de Twitter @EjercitateEc
El atleta ecuatoriano Millán Ludeña es la más pura estampa de un hombre “común y corriente”… hasta que habla de sus retos: corrió una de las carreras “más difíciles del mundo” en el Sahara, y otra en el lugar más frío del planeta, la Antártida. Ahora se propone una media maratón “del centro de la tierra al sol”.
El 11 de junio próximo, su nueva aventura lo llevará a Sudáfrica para descender a la mina de oro Mponeng, la más profunda del mundo, donde ascensores de hasta tres pisos transportan a los casi 4 000 hombres que cavan a diario en sus entrañas, contó Ludeña a Efe.
Descenderá 4 000 metros en uno de esos aparatos. A cerca de 60 grados celsius y 85 % de humedad relativa, dará las vueltas necesarias en los circuitos internos hasta completar 21, y luego otros tres kilómetros en el ascenso a la superficie con limitadas condiciones de oxígeno y visibilidad.
Si en la preparación para los cien kilómetros en la Antártida, en los que llegó cuarto, instaló una caminadora en una cámara de frío en una fábrica de hielo, para las altas temperaturas de la mina ha hecho lo propio pero en un baño turco, donde definen el plan de hidratación que requerirá en las 6 ó 7 horas que estará en la mina.
Durante su entrenamiento en el baño turco recolecta su sudor para saber cuánto y en cuánto tiempo transpira, y lleva el líquido a un laboratorio para conocer la composición química de lo que deberá tomar en la mina, de la que tiene que salir a tiempo para no perder el avión en el que, vía Nueva York, regresará a Ecuador.
Ya en su país, junto a su equipo técnico y al de los productores de un documental que prepara de su aventura, se dirigirán al refugio del Chimborazo, un volcán de 6.280 metros sobre el nivel del mar, que, medido desde el centro de la tierra, es el punto más cercano al sol según científicos franceses. Allí ascenderá 21 kilómetros.
“Esperamos coronar en el amanecer del 14 de junio“, dijo quien se ejercita en la ciudad entre semana, fuera de sus horas de trabajo en la unidad de cambio de matriz productiva de la Vicepresidencia de la República, mientras los fines de semana asciende montañas.
Una semana antes de viajar a Sudáfrica se instalará en el refugio del volcán Cotopaxi, a 4 800 metros de altitud, para “conectarse” con la montaña y para ganar fisiológicamente un cambio generando más glóbulos rojos para ser más eficiente y captar oxígeno, dijo.
“La idea es completar el medio maratón más rápido en el sitio más profundo, y el medio maratón en ascenso más rápido, hacia el sitio más cercano al sol”, dijo al agregar que empresas públicas y privadas financiarán los cerca de USD 190 000 que cuesta el proyecto, que durará entre 55 y 60 horas continuas, y con el que quiere entrar en el libro Guiness de los récords.
Se declara creyente de “romper límites” y de la “evolución humana”. Quizá por ello, transmite las experiencias de sus retos emprendidos en charlas en centros educativos, no con la intención de que sus oyentes vayan al Sahara o a la Antártida, sino para que se “atrevan a tomar esos retos que hacen temblar las piernas”.
Ludeña corrió en 2014 durante seis días los 254 kilómetros de la maratón de Sables, en el desierto del Sahara, considerada por la National Geographic como “la carrera a pie más difícil del mundo”, dice orgulloso quien el año pasado participó en la maratón de la Antártida, con temperaturas menores a veinte grados centígrados.
Cree que el fracaso es indispensable para innovar y evolucionar y por eso dice que se preocupa cuando pasa un cierto tiempo sin fallar en algo, “porque eso significa que no estoy probando lo suficiente”. “El fracaso es sinónimo de cosas nuevas, evolución, desarrollo“, comentó Ludeña quien enmarcó la negativa de la Universidad de Harvard a cursar una maestría para verla todos los días en la pared, como una motivación a seguir intentando hasta lograr entrar en ese centro de estudios.
Y es que así lo criaron sus padres: seguro y decidido con lo que, desde tempranas edades, ya desterró el “no puedo” de su vida.
Entre risas dice que, por sus osadas aventuras, un oyente de sus charlas le confesó que lo imaginaba como una especie de “súperman”.
Sin considerarse atleta profesional, con 37 años, una altura de 1,61 metros, 59 kilos y un título de ingeniero agrónomo, Ludeña, se dice un ser “común y corriente” que cree y se plantea cosas extraordinarias.
“Si somos de mente pequeña, probablemente no haremos cosas grandes. Si somos de mente grande, solo es cuestión de tiempo conseguirlas”, subrayó.