Artículo de Juan Pablo Lira B.
Carlos Freile
El articulista Juan Pablo Lira B. en su columna “La Iglesia y los pueblos originarios” publicada en El Comercio el 7 de agosto incurre en varias inexactitudes. Escojo una: “… en el extremo sur argentino y chileno, … a instancias de compañías ganaderas, y con la aquiescencia de autoridades de ambos Estados y la colaboración de misioneros católicos y anglicanos, se aniquiló a pueblos y culturas enteras, …” La verdad es que los misioneros salesianos, presentes en esa extensa zona se opusieron a las prácticas asesinas de los gobiernos y los terratenientes, las denunciaron y condenaron; por ejemplo el bárbaro pago de una libra esterlina por indio muerto. En diversos archivos y en fuentes publicadas se hallan centenares de pruebas de esas acciones. Los misioneros crearon “reducciones” con el fin de defender a los indígenas de los atropellos de todo tipo de aventureros, fueron también los primeros en analizar con imparcialidad las causas del descenso vertiginoso de la población nativa (enfermedades, alcoholismo inducido, asesinatos, cambios de costumbres…). Entre decenas de fuentes: María Andrea Nicoletti: Los misioneros salesianos y la polémica sobre la extinción de los selknam de Tierra del Fuego en Anthropologica v.24 n.24 Lima dic. 2006; autora no precisamente favorable a los religiosos). Sobre el caso de los colegios de Canadá, también mencionado por el señor Lira: Henri Goulet: Histoire des pensionnats indiens catholiques au Québec. Le rôle déterminant des pères oblats, Presses de l’Université de Montréal, 2016 y Tom Flanagan – Brian Gesbrecht: The False Narrative of the Residental Schools Burials en Dorchester Review, 1 marzo 2022.
Queremos más
Aissa Pazmiño Real
Se apagó su voz, vuela alto, te extrañaré… frases que dicen cuando alguien parte a la eternidad, y en vida no tenían tiempo para oír esa misma voz cuando su mundo se desmoronaba, solo le decían: “aterriza a la realidad”, pasaban muy ocupados con sus prioridades. Todos quieren más dinero, lujos, casas, terrenos, más, más, más… pero no quieren más paz, ni amor, ni empatía, ni bondad, sólo más… Creemos que sacrificándonos, seremos felices, que entregando el 100% en el trabajo será suficiente para que reconozcan nuestro esfuerzo, dándoles a los hijos: techo, comida, ropa y juguetes. Compensamos el dejarlos solos, que ser como una máquina está bien y todo esto personalmente, me enfermó, nadie reconoce nuestro esfuerzo. Nos perdemos de ver crecer a los hijos y encima nos quedamos endeudados; para rematar nos equivocamos con muchos, entregándoles lo que no merecen: cariño, lealtad, amistad y tiempo. Los hijos crecen y nos agradecen lo que hacemos por ellos, pero no disfrutamos de sus ocurrencias infantiles, nos toca acompañarlos en sus logros como adultos, tenemos que tomar decisiones para aprovechar el tiempo, para tener libertad, paz y tranquilidad. Es muy difícil, pero no imposible y si les preguntan a los hijos, ellos son dichosos de ver felices a sus padres, pues el dolor los afectaba directamente, al verlos tristes, decepcionados, enojados, adoloridos y todo lo que quieren es estar juntos, bromeando y soñando en un futuro, nunca es tarde para comprender que todos merecemos vivir sin sacrificar lo más valioso: la familia, la paz, la salud y el tiempo.