Es alentador que el periodismo ecuatoriano gane premios internacionales. Más aún que el reconocimiento al trabajo de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera por su película ‘La Muerte de Jaime Roldós’ lleve el nombre de Gabriel García Márquez. Este documental fue seleccionado de entre 1 400 postulaciones. El jurado lo calificó como “un objeto periodístico fuera de lo común. Por su duración, su ambición y su voluntad de abarcar tanto la historia política de un país como la naturaleza del equilibrio estratégico en un cierto período, esta película es una obra total”. “El jurado saluda la ambición asumida por el autor que no renunció a su visión personal dentro del tratamiento riguroso y amplio de un episodio histórico”.
La película sobre Jaime Roldós, exhibida en agosto del 2013, remueve un sinnúmero de sentimientos: tristeza, frustración, rabia, impotencia, por la forma en la que sus realizadores atan los cabos para intentar explicar la repentina desaparición de un líder de talla continental -el único del Ecuador contemporáneo-. Además, quedan sentadas las dudas de la familia Roldós Bucaram sobre las causas de la muerte del Presidente y, sobre todo, se reivindica su liderazgo latinoamericano en su genuina lucha por los derechos humanos. Mostrar a Roldós como una víctima del genocidio de las dictaduras del Cono Sur es un enfoque muy interesante y poco explorado en el Ecuador, que no debe quedar trunco.
Sin embargo, el trabajo adolece de un requisito fundamental para cualquier investigación de esta envergadura. Lo digo desde un enfoque periodístico: la contrastación de las fuentes.
Puede ser un lamentable error que no se haya recogido la voz del ex presidente Osvaldo Hurtado. Más aún, cuando al final de la película, él termina, por decirlo menos, salpicado de serias sospechas de complicidad y silencio ante el magnicidio oculto hasta estos días.
Que Hurtado ya ha dado su versión durante todo este tiempo, han dicho los realizadores, a la hora de explicar por qué el ex líder democristiano no fue convocado a este relato. Si no se quiso hablar con él, hubo varias personas que pudieron haberlo hecho en su nombre. Muchas de honorabilidad comprobada como Julio César Trujillo, Simón Espinosa, Vladimiro Álvarez o el recientemente fallecido Raúl Baca Carbo, testigo clave de aquellos momentos.
Era necesario recopilar esas versiones, no solo para darle más claridad a la compleja hipótesis de la que se nutre el documental, sino también para entender el momento histórico que le tocó vivir a Hurtado, quien desde sus días de Vicepresidente se preocupó por otro de los inmensos desafíos que estaban por estallar a los pies de los ecuatorianos: la crisis económica por el fin del boom petrolero.
Si Roldós se llevó consigo su doctrina política de repudio a las dictaduras, su sucesor se quedó con el encargo más duro, ordenar las cuentas impagas de los prósperos años 70. A Hurtado le tocó anunciar al país que la fiesta petrolera había terminado y que a más de una abultada deuda externa, solo quedaba la añoranza colectiva de los precios baratos. Sus decisiones levantaron al pueblo, a los sindicatos y a las cámaras empresariales. Pero Hurtado fue un presidente tolerante con opinión pública, la oposición y la protesta social, haciendo gala de su respeto a las libertades y a la democracia. ¿Cómo entender, entonces, que un mandatario contrario al autoritarismo pudiera haberse hecho de la vista gorda ante una supuesta conspiración militar sudamericana para matar a Roldós?
Si bien el documental de Sarmiento y Rivera no tiene por objeto entender al gobierno de Hurtado, le faltó contrastación. Y ese ejercicio también era imprescindible a la hora de interpretar el polémico papel que en esos días jugó el general Raúl Sorroza de la Fuerza Aérea, supuestamente vinculado con el plan Viola de la Argentina dictatorial. ¿Acaso él no tiene una familia a la que muchas de las dudas dejadas en la película pudieron haberla lesionado? ¿No había, de parte de sus seres queridos, alguna versión digna de apuntar?
También faltó hablar con el ex presidente Abdalá Bucaram y sus hermanos para confrontarles por el mal uso que hicieron del apellido Roldós y el olvido de sus promesas por reivindicar su pensamiento.
Si en el documental se supone que toda la clase política dio la espalda al supuesto crimen de Roldós desde el 24 de mayo de 1981, también se pudo haber analizado con más rigor el papel que jugó León Roldós, hermano del fallecido, y designado Vicepresidente de Osvaldo Hurtado. ¿Por qué su carrera política no se enfocó en hacer de la muerte de su hermano la fuente permanente de su lucha? ¿Por qué, dejándonos llevar por la sensación que despierta el documental, el Vicepresidente permitió que Hurtado gobernara sobre una suerte de impunidad y que los parientes políticos de Jaime Roldós, es decir los Bucaram, se apoderaran de su nombre?
Sin duda, ‘La Muerte de Roldós’ despierta indignación política y ese es un acierto de sus realizadores. Pero deja en el aire otra serie de interrogantes que lamentablemente debieron tomarse en las dos horas y media del material audiovisual.