Si los tatuajes te parecen extremos- una aguja que perfora la piel y deja una marca eterna de tinta- es porque no has oído hablar de las escarificaciones. Esta técnica de modificación corporal eleva los grados de dolor y sustituye la máquina de tatuar por un bisturí.
Y no es nueva, al contrario, es una práctica milenaria usada por los mayas, huastecas y chichimecas, por tribus africanas y también australianas. En este contexto las lucían los guerreros, como si fueran ‘marcas de valor’ o ‘medallas de guerra’. Culturalmente, en el caso de las mujeres tenía una finalidad erótica, para realzar su belleza, como si se tratara de collares o pendientes, pero permanentes en la piel.
En la serie ‘Juego de Tronos’ aparecen también. Para profesar su religión, los ‘Hijos del Guerrero’, caballeros jurados a la Fe de los Siete, exhiben el símbolo sagrado de la estrella de las siete puntas labrado en su frente.
En Quito no es una opción popular, pero es a veces habitual entre los tatuados y tatuadores experimentados. Existen contados estudios en dónde se las realiza y pocos artistas que tienen la preparación o la habilidad (y también agallas) para hacerlo.
Uno de ellos, y el pionero en la ciudad, es Mauricio Naranjo de Tattoo House of Style. Una tarde en su estudio- el primero del tipo en crearse en la urbe- prepara todo para una escarificación. Alista materiales, esteriliza el espacio y limpia el lienzo: el brazo de Michelle. Enciende una lamparita y descubre el empaque del bisturí. Michelle se calza los audífonos y enciende el reproductor de música de su celular.
El afilado instrumento se incrusta en la piel y la raja, la abre y libera sangre, como sucede con cualquier herida. Como si dibujara con un lápiz sobre un papel, el experto tatuador va repasando cada línea del diseño, que previamente se calcó sobre la piel del brazo derecho de la joven. Traza, corta y limpia. Traza, corta y limpia.
Este tipo -extremo- de modificación corporal viene de la palabra en inglés ‘scar’ y básicamente consiste en realizar un diseño en cualquier parte del cuerpo con base en cortes, que luego se volverán cicatrices. Se compone de lo que se conoce como ‘cutting’, cortar, y ‘scalpelling’, desprender partes de piel.
Obviamente la herida ocasionada, a gusto del cliente, es mucho más profunda que la de un tatuaje. El proceso no acaba con la primera sesión, pues hay que regresar continuamente para revisar las incisiones, cuidar que no se infecten demasiado y remover las carachas para que se forme bien el queloide, entiéndase como una cicatriz exagerada.
Para el cirujano plástico Paul Silvers la formación de heridas de mala calidad, como los queloides, es un riesgo implícito en este tipo de procesos en los que se corta la piel para darle distintas formas. Aunque desde el punto de vista del cliente mientras más pronunciado el rastro de la herida, mejor. Otro riesgo, como pasa con cualquier herida, es que se produzca una infección.
No es la primera escarificación de Michelle. Hace apenas un mes se decidió por una en el dorso de la mano izquierda, un triángulo (ora pronobis). Escogió ese lugar porque no es común ver personas con modificaciones en las manos y precisamente en la izquierda porque, siendo ambidiestra, es la que más usa.
El bisturí penetra epidermis y dermis y la joven ni se inmuta. Naranjo se concentra en cada arista, para que finalmente el diseño quede perfecto. Pasan 45 minutos y Michelle exhibe en su rostro las primeras muecas de dolor, pero no grita ni se queja, derrama apenas un par de lágrimas. Permanece en silencio. Luego contará que es una molestia soportable, que incluso llega a disfrutarla. El dolor dura solo el instante del corte.
La primera escarificación que se hizo Michelle Logroño, hace dos meses. Foto: Gabriela Balarezo/ AFULL
Pocas personas se deciden por este procedimiento. Eso es lo que a Michelle, aprendiz de tatuadora, le gusta de la escarificación. Mauricio lleva más de 30 años en el medio (15 años haciendo escarificaciones) y solo tiene una muy pequeña e imperceptible en el brazo. Sabe que cuando sea el momento se hará una más grande.
Quienes se arriesgan lo hacen casi por las mismas razones por las que acuden a hacerse un tatuaje, por expresar un sentimiento o darle un significado especial a ese cambio físico en su cuerpo, cuenta el experto. Pero no lo hacen porque sí, siempre hay una razón profunda que los motiva.
Andrés Ramos, también en camino de convertirse en tatuador profesional, tiene una escarificación en forma de copo de nieve en la piel de su brazo derecho. Quiso un copo, porque no hay ninguno igual a otro y porque esta técnica es algo que se sale de lo común. “Es corte puro…es más plástico”, expresa. Aunque para algunos, aclara, no es más que un tatuaje borrado.
El dolor que produjo el bisturí cuando cortó su piel lo equipara con el que se siente al hacer mucho ejercicio o quedarse toda la noche en vela -aguantando el sueño- solo leyendo un libro. “Es totalmente soportable”. Claro, para él. La primera parte del procedimiento, el ‘cuting’, se lo hizo a lo ‘macho’, y usó anestesia (tópica) solo cuando le quitaron partes de la piel.
Andrés se hizo una escarificación en el hombro derecho. Tiene previsto hacerse otra en el brazo izquierdo. Foto: Gabriela Balarezo/ AFULL
Su escarificación la hizo Ulises Jácome, al mando del estudio Tatool. La primera vez que realizó este procedimiento fue hace seis años; por curiosidad se dejó una marca en su pierna. Con el tiempo fue averiguando y aprendiendo e incluso fue parte de un curso con Emilio González, experto venezolano en esta técnica.
Esta variación de tatuaje es una forma de expresión, es una manera de “ser uno mismo, siendo a la vez diferente y saliendo del esquema social preestablecido”, asegura Jácome con emoción. Cree que el mundo está reclamando personas diferentes, y a algunos no les basta con ser simplemente ovejas del mismo rebaño.
Lo que le atrae del proceso es lo elevado del dolor. Para el dueño de Tattol este implica entrar en una especie de trance, que le da a la experiencia cierta espiritualidad, algo de trascendencia. Recuerda que una de sus últimas escarificaciones fue la de una chica de la Amazonía que optó por una en el vientre de un Dios egipcio. Ella prefirió sentir el dolor en su máxima expresión. No quiso anestesia ni cuando fue el momento de remover partes de piel.
Faltan pocas líneas por repasar y el brazo de Michelle está cubierto de sangre. El rastro llega a la silla en la que está sentada y algunas gotas también ‘decoran’ el piso. Para lograr precisión, Naranjo se entrenó mucho, dibujando por horas y horas, ganando conocimiento sobre las capas de la piel y alimentando su amor por el diseño.
Toño Knnibal, otro escarificador quiteño, resalta que en la técnica los ‘pacientes’ exponen por completo la piel y por ende sangran mucho; duele mucho, es prácticamente una microcirugía. En este sentido es bastante más personal que un tatuaje. Piensa que quien se lo haga debe tener motivos muy fuertes para modificar de esa manera su cuerpo. Uno de los últimos diseños que grabó fue una runa de protección a una señora “muy mística”. Ella se la hizo porque esta no deja entrar las malas energías mientras lee las cartas a las personas.
Toño, quien trabaja en el estudio Quitox, se interesó en la práctica después de ver una escarificación que le realizaron una a una chica en una convención en Madrid hace algún tiempo. Mauricio Naranjo le enseñó la técnica y desde hace dos años trabaja con este tipo de modificación corporal. No tiene ninguna marca de este tipo en la piel todavía pero sí piensa hacerlo, al celebrar su tercer año como escarificador. La va a dar forma él mismo y será un diseño simulando la piel de un lagarto, como representación de su madurez como tatuador y escarificador.
Notas: los estudios de tatuajes cuentan con todos los permisos del funcionamiento y sanidad.