Cada objeto dentro de la habitación ha permanecido intacto desde hace un año y cuatro meses. El cuarto luce tal como María Cristina Lemos lo dejó la mañana del 17 de febrero de 2020, antes de salir a trabajar.
La cama está tendida, las joyas, ordenadas y sus sombreros rojos, cafés y azules aparecen uno sobre otro en un anaquel. La familia no ha movido nada. Tiene la esperanza de que un día ella vuelva a dormir ahí y que nada le resulte extraño. Todo comenzó el día en que fue impactada por un bus.
El accidente la dejó con el 94% de discapacidad y hoy permanece internada en un centro de cuidados paliativos.
Cristi, como le dicen sus amigos, vivía en un departamento en el sector de Carcelén, en el norte quiteño.
Pasaba con su hijo Jonathan, de 23 años, y su madre, María Eugenia Placencia, de 73. “Ella me ayudaba con el arriendo y con los gastos. Hoy prácticamente me toca hacerlo sola”, dice la mamá mientras camina por el comedor de la vivienda y se dirige a la habitación.
Sobre una de las cómodas aparecen retratos de Cristina, que el 19 de marzo último cumplió 50 años. En unos sale sola y en otros con sus familiares. La última foto se tomó días antes del siniestro.
En la imagen aparece sonriente. “Hoy no la he vuelto a ver feliz”, cuenta su madre. Su voz se quiebra.
La madre está pendiente de la recuperación física de su hija y del proceso legal que se sigue en contra del conductor señalado como el presunto responsable del siniestro.
El día del accidente, Lemos había salido a trabajar. Cerca de las 07:34 cruzó la avenida Diego de Vásquez, a la altura de la terminal de La Ofelia.
Su abogado, Carlos Quinchuela, dice que la mujer estaba sobre un paso cebra. La familia cuenta que justo antes de llegar al parterre fue embestida por una unidad de transporte público. El bus impactó directamente en los huesos parietal y temporal del lado izquierdo de su cráneo.
Por el golpe voló a cinco metros de distancia y cayó en el pavimento. Hoy, todos los detalles están en el expediente.
El martes 8 de junio se realizó una de las últimas diligencias.
Agentes de Fiscalía realizaron la reconstrucción de los hechos. La defensa de Cristina también espera la fecha para solicitar la versión de un nuevo testigo del accidente.
Todos los papeles están guardados en carpetas de cartón verdes y amarillas que hoy reposan en el departamento.
Ahí consta el carné que certifica el 94% de discapacidad. Hoy no puede moverse y solo se comunica con los ojos. “Llora cuando nos ve”, asegura su hermana Verónica.
Su mamá no puede contener las lágrimas cuando habla del tema. “Me duele su ausencia en la casa. Me duele que no sea feliz y libre como ella lo era”.
Cerca de la mesa del comedor, están pancartas con el rostro de Cristina y las palabras “Exigimos justicia”. La familia ha usado esos carteles en plantones que han realizado en la Fiscalía para exigir celeridad.
Dentro de las carpetas que guarda la madre también están las radiografías y tomografías en las que se aprecia la gravedad de las lesiones. Los médicos extirparon la parte izquierda de su cerebro que quedó afectado tras el impacto. “Si no lo hacían, todo se iba a dañar e iba a morir”, dice su hermana.
Ella cree que Cristina estuviese mejor si hubiese sido intervenida de inmediato. “El accidente ocurrió a las 07:34. La llevaron primero a un hospital. Luego a otro. La primera cirugía recién se hizo a las 18:30”.
Desde el 24 de abril del 2020, Cristina fue derivada a un centro de cuidados paliativos.
Por los riesgos del covid-19, la familia solo se comunica por videoconferencia. La última vez que la vieron dentro del centro fue en su cumpleaños, el 19 de marzo último.
La administración del lugar hizo una excepción para celebrar el onomástico 50.
Jonathan, el hijo de Cristina, llevó un pastel y globos. Verónica, unas velas y serpentinas. Querían que ella pasara un momento diferente. En los celulares reposan videos de cuando le cantaron cumpleaños feliz.
Aunque el costo por el servicio del centro es asumido por el Seguro Social, la familia paga USD 400 cada mes a una cuidadora autorizada. “Mi hermana necesita ayuda todo el tiempo. No puede comer, no puede moverse. Cada hora debe ser levantada para evitar las escaras”. Se alimenta con fórmulas. En un año y cuatro meses bajó de 61 a 48 kilogramos de peso.