Las charlas se desarrollan los martes y jueves en las instalaciones de Educación Vial de la Autoridad de Tránsito Municipal (ATM), en el sur de Guayaquil. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Eran las 15:15 del 11 de agosto del 2006. Un accidente de tránsito, a la altura de la ciudad de Machala, en la provincia de El Oro, cambió su vida. Gisela Valarezo tenía entonces 23 años y una hija de diez meses.
El autobús que la traía desde Perú hasta Guayaquil venía en exceso de velocidad. Ella iba sentada junto al conductor. Él no hizo caso a sus pedidos de reducir la marcha. En “un abrir y cerrar de ojos”, el bus chocó con un camión. Como consecuencia, Gisela pasó cinco meses hospitalizada en Guayaquil, pasó por 134 cirugías y le amputaron sus dos piernas.
Con ese relato, esta ama de casa abre su intervención frente a un grupo de conductores que, desde hace un mes, se han acogido a la sustitución en hasta un 75% de los valores de multas de tránsito por educación vial y trabajo comunitario que rige en la urbe porteña. El objetivo es prevenir accidentes de tránsito y reducir los índices de víctimas de accidentes en la urbe porteña.
Las charlas se desarrollan los martes y jueves en las instalaciones de Educación Vial de la Autoridad de Tránsito Municipal (ATM), en el sur de la ciudad. El trabajo de Gisela es transmitir el mensaje de quienes han sido “víctimas de la irresponsabilidad al volante”. Recuerda que son tres las principales causas de siniestros: el alcohol, la velocidad en exceso y el sueño.
Ella forma parte de la Asociación de Hemipléjicos, Parapléjicos y Cuadripléjicos del Guayas ‘Asopléjica’, encargada de la tarea de concientización. Gisela hoy tiene 36 años y procreó una segunda hija. La primera, que hoy tiene diez, la acompaña algunas veces.
Demuestra que se puede superar en la vida, pero siempre rememora a los asistentes la difícil situación que atravesó su familia al verla postrada en una cama y sin sus extremidades. Es tajante, dice que ha sido fuerte, pero que no todos tienen ese mismo carácter.
“No manejar en exceso de velocidad”, les repite a los infractores que, hasta el pasado jueves, sumaron 130. Con ella, También comparte sus experiencias Yuli Bastidas, de 27 años. El 30 de agosto del 2009 ella acudía a su primer día de trabajo como recepcionista.
Mientras caminaba por una vereda, en el sur de la urbe porteña, un vehículo perdió el control por el exceso de velocidad, se subió el parterre y la arrastró debajo del automotor una cuadra. Sufrió fracturas en su columna y perdió la movilidad de sus piernas.
Reconoce que al menos seis años prefirió esconderse, no salir a la calle y optó por llorar. “Luego fui descubriendo que las personas con discapacidad también tenemos derechos, que se puede ser feliz, exitoso y se puede salir adelante”.
En cada charla, al menos 10 personas con discapacidad trabajan con los choferes. Durante los conversatorios se hacen actividades interactivas para que los conductores se “pongan en los zapatos” de una persona con discapacidad.
Betzabé Pilaloa, presidenta de la Asociación, lidera esas actividades en las que se hace una competencia en sillas de ruedas entre un conductor y una persona con discapacidad. A ella le han marcado desde los dos años de edad las secuelas de poliomielitis.
“Queremos que vean cómo es la vida de una persona con discapacidad, queremos que no vuelvan a cometer una infracción”.
Betzabé cree que los infractores quedan motivados, mejoran su trato hacia las personas con discapacidad, el respeto a los peatones y a las señales de tránsito.