Alta migración a México se reporta desde Quito

Familiares de los migrantes se concentran adentro y afuera del aeropuerto para presenciar la salida de los aviones. Foto: EL COMERCIO
El avión está próximo a despegar. En las afueras del Mariscal Sucre, el aeropuerto quiteño, personas vestidas con ponchos y sombreros llegan hasta unas vallas metálicas. Son de Chimborazo, Tungurahua, Cotopaxi, Loja. Llegaron a Tababela un poco antes de las 06:00 para despedir a sus familiares, que se van a México.
Los viajeros llevan pequeñas maletas. Así los instruyen los coyotes que organizan los viajes. Si bien llegan a ese país de forma regular, desde ahí comienza la ruta clandestina hacia Estados Unidos.
Para caminar por el desierto necesitan tener poco equipaje. En las maletas solo hay una mudada de ropa.
Antes de entrar a la terminal, los familiares los abrazan, les dan la bendición y se despiden con besos y abrazos. Los que se quedan en el país se dirigen a la valla metálica que bordea la pista del aeropuerto para ver el despegue de los aviones.
Agitan sus sombreros, gorras y pañuelos. Los más jóvenes graban el momento en sus celulares. Otros rezan en voz baja mientras dibujan una cruz en dirección al avión que despega y se aleja poco a poco.
El viernes, Mario Mayorga llegó desde Pilahuín, una comunidad indígena de Tungurahua y despidió a su sobrina y otros dos familiares. “¿Qué más se puede hacer si no hay trabajo?”. Y muestra las fotos que quedan en el celular.
Hace 20 años, él ya despidió a su hermano que se fue a España. Lo hizo desde el antiguo Mariscal Sucre. Mario llora. Dice que no pensó volver a vivir una escena similar. Recuerda que hace dos décadas todos se paraban en una zona conocida como “el muro de los lamentos” y desde ahí veían partir a las aeronaves.
María Castillo, de una comunidad indígena de Machachi, Pichincha; Juan Carlos Catota, de Colta, Chimborazo; Jessica Oñate, de un poblado en Zumbahua, Cotopaxi, también llegaron al aeropuerto. Con la punta de sus ponchos se secan las lágrimas, pues saben que el retorno puede tomar años.
“Mi hermano, por ejemplo, emigró en 1998 y volvió a casa recién en el 2015”, dice Juan Carlos. El viernes despidió a su hijo y a dos sobrinos. “Tienen que irse, porque aquí no hay oportunidades. Todo está bastante fregado”, dice un hombre.
En febrero de este año, desde Quito salieron 30 vuelos ordinarios (frecuencias) hacia México. En mayo subió a 40. En ese mes, además, hubo cuatro vuelos chárter a ese país. Estos son contratados por agencias cuando hay un mayor volumen de viajeros.
Quiport, la concesionaria del aeropuerto de Tababela, dice que en junio las aerolíneas notificaron que realizarán al menos una salida diaria mediante este servicio.
Entre enero y abril de este año no hubo vuelos chárter desde Quito al país azteca, pero en mayo se activaron por la demanda existente. Ese servicio solo se registraba desde Latacunga. 28 vuelos se realizaron desde esa terminal, desde enero hasta mayo pasados.
Información levantada por el Ministerio de Gobierno muestra que solo en los cinco primeros meses de este año 58 592 ecuatorianos salieron a México, por todos los puertos y aeropuertos habilitados, pero 31 007 no han vuelto. Esta última cifra ha aumentado poco a poco desde enero.
Las autoridades migratorias indican que la mayoría cruza la frontera hacia el país norteamericano en búsqueda de trabajo o reunificación familiar.
“Mis sobrinas ya se fueron el mes pasado. Tenían deudas por pagar”, dice Janeth Azas. El viernes también emigró su hermano. En cambio, los dos nietos de Cecilia Mishque volaron para reencontrarse con su madre, que trabaja en Nueva York desde hace 15 años.
Mientras esperan que salga el avión conversan que todos tendrán que pasar a EE.UU. a pie. En la frontera buscarán evadir los controles. “Da miedo porque hemos escuchado sobre desaparecidos, pero en cambio qué pueden hacer acá. Ya no nos avanza para vivir”, dice una mujer mientras llora.
Este Diario estuvo cuatro días en el aeropuerto y en todos observó imágenes similares. Cuando los aviones empiezan a salir hay personas que también van presurosas a la cabecera norte y desde una plataforma filman todo.
Así buscan una alternativa para ver la partida de las naves. Cuando eso ocurre, regresan a sus pueblos en los vehículos en los que llegaron a Quito. Las personas con ponchos y sombreros abandonan rápidamente el perímetro. “Mañana vienen más grupos desde temprano”, dice uno de los guardias de seguridad, a cargo de patrullar los exteriores del aeropuerto.