San Francisco guarda más secretos que la leyenda de Cantuña. Al cruzar el umbral de la puerta del convento, se deja atrás el bullicio de la plaza para someterse al esplendor de la arquitectura y del arte barroco. Amplios corredores, que forman un inmenso cuadrado perfecto, atraen por sus pilares de piedra tallada.
A la derecha, en dirección al Museo Fray Pedro Gocial, las placas de piedra tallada incrustadas en la pared indican las bóvedas.
Una es de Francisco de Cantuña. La leyenda con su nombre rodea la imagen de un esqueleto. Más allá, otra placa del mismo tamaño y del mismo material, con el nombre Cristóbal Marín, síndico del convento de Doña Catalina Valdez. Las letras están junto a una imagen que se asemeja a un casco de los soldados romanos.
La mañana del pasado jueves es soleada y camino al museo, entre los pilares de piedra, se siente frío. Una puerta de vidrio (se la abre con una tarjeta magnética) divide al corredor del sitio donde se exhiben las obras de arte de la Escuela Quiteña.
Las paredes están tapizadas de lienzos en óleo grandes, que recogen varias facetas de San Francisco de Asís. Tiene facciones mestizas. El padre Walter Verdezoto, administrador del convento, asegura que es por la influencia europea en el arte.
En urnas de vidrio se exhiben esculturas como la de Santa Rosa de Lima, tallada en madera y policromada. También hay grabados sobre papel artesanal. Atrae el de la asunción de la Virgen María, de autoría de Joseph Sebastian y Joahn Baptist (siglo XVIII).
Las manos de la Virgen, talladas por Bernardo de Legarda, con el número 1734 y su firma inscritos en las muñecas atrapan las miradas. Es uno de los tesoros de la Escuela Quiteña. Verdezoto asegura que en el convento hay 4 000 obras de escultura, pintura, orfebrería y tejidos, el 40% de ellas embodegas por la falta de espacio en las cuatro salas del museo.
Fuera de él y siguiendo por el pasillo se llega a un jardín, dominado por palmeras. En uno de los costados hay una pila, también tallada en piedra. Los 45 franciscanos que ahora viven en el convento saben que Fray Jodoco Rique bautizó allí al único hijo de Atahualpa. Por esa época, la pila estaba empotrada en la iglesia.
Las gradas de piedra que llevan al segundo piso del convento son amplias, talladas y bien cuidadas. En el descanso, un óleo de 7,70 metros de alto por 4,15 de ancho, es el reflejo de la genialidad de Miguel de Santiago. La obra se llama ‘Árbol genealógico franciscano’ y contiene 590 rostros de los miembros de la orden más destacados. En el centro del pie está San Francisco y a sus costados sus 12 compañeros de aula.
Las escaleras llevan al coro. Allí la luz es tenue y hay sillas de madera en todo el contorno. Sobre cada espaldar hay una figura religiosa tallada, de 1 m de altura. Es el sitio donde los frailes se reúnen para rezar. Nadie ocupa la silla del centro, esa está asignada para San Francisco. A un costado está el órgano de 1930, que aún funciona.
Desde allí también se tiene una panorámica del altar de la iglesia. El pan de oro resplandece entre ángeles, vírgenes y el Jesús del Gran Poder. Esos son los tesoros que guardan San Francisco.
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