Testimonio de comerciante que fue embestida por un auto: ‘Desde que me atropellaron no he podido salir a trabajar’

María Inés Inga y su esposo José Quishpe, en la cocina de su vivienda en el extremo sur de la capital. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

María Inés Inga tiene 47 años. Se casó con José Quishpe en 1993, en la provincia del Chimborazo.

Con mi esposo y mis hijos nos reunimos casi todos los días en la mesa de nuestra casa, en el sur de la ciudad, para orar y agradecer a Dios por salir con vida luego de que me atropellaron el sábado 21 de agosto, a las 23:09.

Me dedico a vender dulces, desde hace más de 10 años, en el sector de la Amazonas e Isla Floreana, por la plaza de toros. Nunca imaginé que iba a sucederme algo así, que ese accidente quedaría grabado por una cámara, y que esas imágenes pasarían de celular en celular a casi toda la ciudad. Todo el mundo vio el atropellamiento y luego cómo el dueño del auto se fue como si no hubiese hecho nada.

Lo único que recuerdo de esa noche es que trabajábamos junto a mi esposo, José Quishpe, en las afueras de una discoteca; sentí un golpe muy fuerte que me mandó volando como dos metros por los aires.

#ENVIVO / Desde el sur de #Quito. Entrevista con María Inés Inga, la comerciante atropellada en la Amazonas e Isla Floreana, cerca de la Plaza de Toros. Reporta Diego Bravo Carvajal.

Posted by El Comercio on Wednesday, September 15, 2021

Me contaron que perdí el conocimiento por unos 10 minutos. Cuando me desperté, estaba en la puerta de un local. Un señor me llevó un vaso con agua y me quedé inmóvil, muy adolorida en el pie derecho y el muslo izquierdo. Me daba vueltas la cabeza y mi esposo lloraba. Él me ha cuidado todo este tiempo.

Primero llamamos al ECU-911, y luego a unos familiares, quienes me llevaron a la casa de una hijastra. Allí me dieron unos analgésicos, me prepararon aguas de monte y de una planta medicinal llamada malva, para calmar los fuertes malestares. Luego me llevaron a mi casita.

Me vendaron las piernas con mucho cuidado. Pensábamos que tenía fracturas porque me costaba mucho ponerme de pie. No podía caminar. No tenía plata para ir donde un doctor privado.

Así estuve cuatro días hasta que la señora María del Carmen de la Torre, de la Fundación Corazones en el Cielo, apareció como un ángel y me ayudó. Luego llegaron ­personas de otras entidades y me trajeron alimentos.

En una ambulancia me trasladaron a un centro médico en donde me hicieron varias radiografías y verificaron que no tenía lesiones. Aunque no tengo fracturas ni otras lesiones graves, todavía me duele la pierna izquierda y me cuesta caminar.

El conductor del carro que me pisó se escapó. De eso han pasado 26 días, pero la Policía Nacional y la Fiscalía no han podido encontrarlo.

Lo único que le pido a ese hombre es que haga conciencia de lo que hizo y se responsabilice de los daños físicos y psicológicos que me ocasionó. Gracias a Dios, poco a poco se me han ido el susto y la preocupación.

Cuando éramos jóvenes, con mi esposo trabajábamos en el campo sembrando maíz, cebada y trigo en la parroquia de Flores, en Riobamba, (Chimborazo). Pero en el 2011 decidimos venir a la capital, porque la situación era muy difícil allá y no teníamos dinero suficiente para salir adelante. La tierra ya no da para vivir.

Con mi hijo de 22 años trabajamos en la venta de caramelos, chocolates y dulces. Compramos en las bodegas ubicadas en San Francisco, en el Centro. Por suerte, los precios de esos productos no han subido y podemos comprar con el dinerito de cada día.

Nuestro hijo de 14 todavía estudia en el colegio y es un alumno muy responsable. Es buen hijo.

Antes de la pandemia, nosotros trabajábamos de 19:30 a 02:00 y ganábamos unos USD 80 entre todos.

Ahora lo hacemos hasta las 00:00 por la emergencia sanitaria, porque a esa hora cierran los bares. Logramos reunir, cuando nos va bien, 50 dólares. Pero no todo es para nosotros. De esos, 30 usamos para comprar más productos.

Lamentablemente, por el atropellamiento no hemos podido salir a trabajar en las últimas tres semanas ni yo ni mi marido. Hemos subsistido gracias a las ayudas que nos ha llegado de gente caritativa.

Antes de la pandemia, lo más difícil de nuestro trabajo eran los controles que hacía el Municipio, porque no nos dejaba trabajar con tranquilidad. Nos quitaban la mercadería y era muy difícil salir así. Ahora, en cambio, es el miedo al virus.

Aunque hoy vivimos en Quito, no nos hemos olvidado del trabajo en el campo. Tenemos un pequeño terreno y sembramos cebolla, col y culantro para nuestro consumo.

Luego del atropellamiento tampoco hemos podido salir a ayudar a personas más pobres que nosotros. Antes reuníamos unas 70 tarrinas de comida y les dábamos a las personas que duermen en El Ejido y La Alameda. También les entregábamos papel higiénico o pañales para los niños. Salíamos los jueves, de 00:00 a 02:00, junto a mis hijos. Espero que pronto podamos volver a salir y ayudar.

¿Quién es ella?

María Inés Inga tiene 47 años. Se casó con José Quishpe en 1993, en la provincia del Chimborazo.

Hasta el año 2011 trabajó en la agricultura, pero con su familia decidieron emigrar a la capital para encontrar mejores oportunidades laborales.

Su lugar de trabajo son las afueras de los bares, discotecas y karaokes cerca a la plaza de toros.

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