San Antonio de Pichincha tiene algo más valioso que ser la Mitad del Mundo. Es una parroquia donde la gente sabe emprender, en especial sus mujeres.
Tambo Lulumbamba es un colectivo que acoge a unos 80 líderes de emprendimientos familiares o comunitarios. Las mujeres de Rumicucho son el corazón de este proyecto.
No hay un censo actualizado de cuántas personas viven en esta zona, pero los moradores calculan que son unas 10 000 familias; es decir, más de 50 000 personas. Es la comunidad más grande de San Antonio de Pichincha.
Miguel Chipantasig, presidente de Rumicucho, cuenta que el ser luchador es una de las características de las personas originarias de este sitio, lo han demostrado -dice- desde la reforma agraria.
Tambo Lulumbamba es sinónimo de encuentro y de hacer negocios. Es un espacio donde las personas pueden unirse para encontrar apoyo a su emprendimiento.
La iniciativa nació hace ocho años, pero la pandemia les hizo reflexionar sobre la necesidad de encontrar alternativas para sobrevivir, y los impulsó. Chipantasig está consciente de que se debe mejorar la calidad de atención y de servicio, por lo que han recibido capacitación del Municipio y del Consejo Provincial, sobre todo en lo relacionado a medidas de bioseguridad.
Esta es una zona seca donde usualmente la tierra no es fértil, pero un grupo de personas aprendió a trabajarla y los vecinos hicieron cultivos comunitarios. Además, cuentan con un museo y una familia trabaja en una iniciativa para activar globos aerostáticos. En cuestión de segundos, las personas podrán sobrevolar en el hemisferio norte y sur.
Pamela Dalgo, de 37 años, es dueña de Cacao Bim. Su familia tiene una plantación de cacao en Santo Domingo. Allí, en 2 hectáreas, producen y recolectan el fruto, por lo que ella ofrece en un paquete el Tour del Cacao. Las personas pueden conocer cómo se planta, cuida, recolecta, seca, muele y a qué sabe el resultado final: una barra de 100%, 70% o 60% de chocolate.
Además, ofrece licor de cacao, que empieza con el sabor dulce envolviendo la lengua y termina con la sensación del licor inundando la boca.
Antes, San Antonio tenía un clima más cálido. Por eso, hace 10 años, Elena Ñacata, de 66, encontró allí el lugar perfecto para tener panales de abejas. Así nació el emprendimiento Miel del Bosque.
Hoy, ella y hija Ruth Encalada tienen 16 panales de abejas, algunos en su casa y otros lejos de la parroquia, para que las abejas puedan realizar su trabajo con tranquilidad. En cada panal hay entre 80 000 y 100 000 abejas obreras.
Cosechan una o dos veces al año, según las condiciones. Las abejas, cuando hay floración, recorren hasta 13 km de distancia, toman el néctar y empiezan a elaborar la miel, y pueden producir en una buena cosecha unos 40 litros.
También venden polen, propóleo, y en la pandemia decidieron hacer champú a base de sábila y manzanilla. La ganancia no es mucha. En una semana que vendan bien reúnen unos USD 80.
Uno de los objetivos de Jennifer Oñate es rescatar la importancia del chaguarmishqui. Esta ingeniera agrónoma lidera Nuna Penco, firma que ofrece también otros derivados del penco negro, como miel y destilado de penco (similar al tequila) e incluso helados. La idea es recuperar los saberes ancestrales.
La pequeña producción se realiza en las faldas del cerro La Marca. Aprendieron a sacar el néctar del penco como lo hacían sus madres y abuelas. “Hay que saber dónde cortarle al penco, en que hoja hacer el hoyo y en que fecha y si la luna es la correcta y tener los cuidados necesarios. Hay que pedir permiso a la planta para cosechar”, asegura.
Adriana Chipantasig es dueña de Granja Mochis, donde cría gallinas de campo que producen huevos saludables, como dice ella.
También tiene cuyes y conejos que crecen sin balanceados ni químicos. Ella es quien vende los productos para que Targelia Amagua, 55 años, cocine en el restaurante Tambo Lulumbamba, que abre los fines de semana y feriados. Prepara pescados en leña, o asados en piedra volcánica, borrego asado, caldo de gallina, cuy, habas con queso y más.
Las iniciativas incluso se enfocan en llevar armonía a los hogares. Karina Chisaguano, de 29 años, está a la cabeza de un proyecto de aromaterapia.
Trabaja únicamente con extractos de plantas. Asegura, por ejemplo, que el paico es ideal para relajar la mente, el sándalo ayuda a la concentración, la maracuyá a regular las emociones y el floripondio a dormir mejor. Los productos los elabora en San Antonio, con una receta de sus abuelos.
En cada emprendimiento está presente el conocimiento ancestral de esta comunidad. Por eso, dicen las mujeres, sus productos están cargados de los saberes mágicos y de la energía que solo se produce en la zona.