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El colibrí, un emblema natural de Quito

Los ornitólogos coinciden que el Ecuador es uno de los países con mayor cantidad de aves en el mundo. Hace más de 200 años el Padre Juan de Velasco ya habló de “la multitud prodigiosa de aves que se halla en todas las partes de este reino”. 100 años más tarde el geólogo alemán Teodoro Wolf, en su libro ‘Geografía y Geología del Ecuador’, sostenía que en el país la variedad de aves era enorme, la mayor de Sudamérica.

Esto hace que Juan Manuel Carrión nombre a Quito capital del país de las aves. Por eso los insomnes o madrugadores pueden escuchar el trinar de los pájaros antes de que el sol salga, aún en los barrios con mayor tránsito.

Si embargo de toda esta riqueza, el colibrí se destaca, constituyendo un emblema de la ciudad, pues no hay jardín donde no se le vea revoloteando.

Entre los diversos colibríes destaca el zamarrito pechinegro, llamado así porque sus muslos se enfundan en un plumón blanco, con la apariencia de un par de zamarros (prenda de piel de borrego que usan los cuidadores de ganado de la Sierra). Su nombre científico es Eriocnemis nigrivestis. Es una de las aves más difíciles de encontrar en el planeta. Su hábitat está solo en las faldas occidentales del Pichincha y el Atacazo.

Colibrí es una palabra de origen guaraní, que se ha internacionalizado; en quichua se denomina quinde, y el común de las personas le llaman picaflor, lo cual le hace semejante a los enamoradizos. A propósito de amores, hay una leyenda paraguaya sobre el colibrí, cuyo motivo mítico recuerda a Romeo y Julieta y también a nuestro cuento del Arupo. Una hermosa india de grandes ojos negros que se llamaba Flor amaba al joven indio Agil, pero ambos eran de tribus enemigas. Por eso los amantes se citaban en la clandestinidad, a penas por pocos minutos para evitar sospechas.

Una amiga envidiosa de Flor le contó al jefe de la tribu y este le prohibió ver a su enamorado.

La luna compadecida de esos amores le dijo a él: “Ayer vi a Flor que lloraba amargamente pues le quieren hacer casar con un indio de su tribu”. Desesperada pidió al dios Tupá que le quitara la vida, que hiciera cualquier cosa con tal de librarla de aquella boda. Tupá oyó la súplica; no la hizo morir pero la transformó en una flor. Esto último me lo contó mi amigo el viento.

El joven le interrogó, “dime Luna, dime ¿en qué clase de flor ha sido convertida mi enamorada? ¡Ay, amigo, eso no lo sé yo ni lo sabe tampoco el viento! ¡Tupá, Tupá¡ -gimió Agil-. Yo sé que en los pétalos de flor reconoceré el sabor de sus besos. Yo sé que la he de encontrar. Ayúdame a hallarla, tú que todo lo puedes! Y el cuerpo de Agil ante el asombro de la Luna fue disminuyendo, hasta quedar convertido en un pequeño y delicado pájaro multicolor, que salió volando apresuradamente. Era el colibrí. Desde entonces el novio triste, en esta bella metamorfosis, pasó sus días buscando ávida y rápidamente los labios de las flores, una tras otra. Pero según dicen los indios más viejos de las tribus todavía no la ha encontrado”.

Algún poeta diría que esa es la triste suerte de algunos enamorados, que por buscar la imagen de su alma en la mujer, prueban el néctar de muchas bocas.