La fachada de la casa luce impecable. La pared de tono rosado está en buen estado, los balcones de madera bien cuidados, al igual que los marcos de las ventanas. El inmueble está ubicado en las calles Loja y Venezuela, en el Centro Histórico.
Al cruzar el umbral, la imagen de preservación desaparece. Las paredes están sucias y los pasamanos de madera se destruyen por los alambres amarrados allí, que sirven para colgar la ropa.
En la puerta de cada cuarto se exhibe un letrero de plástico, en el cual se anuncia el número de pieza. En la casa de tres pisos viven 17 familias y en la primera planta funcionan cinco locales comerciales.
Los cuartos han sido readecuados para acomodar a los inquilinos. Fueron divididos con tríplex para separar el dormitorio de la cocina. En cada piso hay tres baños, que son compartidos por todos los arrendatarios. Ninguno es de uso exclusivo de una familia. Hay un solo patio y dos lavanderías para todos.
Martha Cárdenas, encargada del cuidado de la vivienda, informa que cada familia paga entre USD 25 y 40 de arriendo, dependiendo del tamaño de la pieza. Ella no recuerda que en los últimos años (vive allí 12 años) se haya realizando un mantenimiento. “Cuando se dañan la tubería del agua o las conexiones eléctricas, nos damos modos con mi marido para arreglarlas”.
En la cubierta faltan tejas y en los cuartos proliferan las goteras. El dueño es cuencano y pocas veces recorre el inmueble. Cárdenas le deposita el dinero de los arriendos, cada mes, en una cuenta bancaria.
El catastro municipal demuestra que el 70% de los propietarios de las 17 186 viviendas que hay en el Centro Histórico no vive en esos inmuebles. Alioska Guayasamín, administradora de la Zona Centro, reconoce que esa es una de las causas para el deterioro de las casas.
“Es difícil plantear un proceso de rehabilitación, porque no hay relación directa con los dueños”.
En la acera del frente, en la calle Loja, en otra casa de cuatro pisos también se arriendan piezas. Un rótulo colocado en una de las ventanas coloniales lo anuncia.
La pintura de la fachada está descascarada, hay vidrios de las ventanas que están rotos y fueron reemplazados con pedazos de cartón y los balcones de madera se convirtieron en pequeñas bodegas: allí se amontona la ropa y los muebles en desuso.
Una inquilina, que no quiere identificarse, comenta que los dueños no viven allí. Solo llegan los fines de mes a cobrar el arriendo. El control del uso del espacio está a cargo de la Comisaría y del Departamento de Gestión Urbana y Control.
En el 2010 se abrieron 81 expedientes por deterioro, abandono y mal uso de las casas. 23 de ellas ya están en proceso de expropiación.
El cuencano Julio Álvarez es dueño de una vivienda ubicada en las calles García Moreno y Olmedo. Él no tiene el suficiente dinero para financiar los arreglos. En el interior, la estructura se cae a pedazos. El cielo raso se desprende permanentemente y en el piso y en los muebles reposan los pedazos de yeso. Las paredes de adobe tienen fisuras y amenazan con desplomarse.
Por seguridad, Álvarez decidió convertir a los cuartos en bodegas. “No he recibido capacitación en temas de preservación del patrimonio. Además, el Municipio pone muchas trabas para entregar recursos para la restauración. Ese es el problema”.
Para Guayasamín, el Municipio no puede intervenir en propiedades privadas, la alternativa es acceder a los programas que entregan créditos.
Desde noviembre se realiza un censo para determinar el número de casas más afectadas y el tipo de intervención que necesitan. “Se promovieron asambleas para difundir el proyecto”.
Julio Guaján es de Tulcán y tiene una casa en las calles Oriente y Venezuela. Ha visitado por más de una vez el Municipio para pedir que le ayuden para pintar la fachada, que está muy desconchada. “No me han convocado a las asambleas”.